martes, 4 de mayo de 2010

Capítulo 11

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Abrí los ojos pero no veía nada. Todo era oscuridad a mi alrededor y aunque intenté moverme presa del pánico, mi cuerpo no respondía mis intenciones. Seguramente debía haber vuelto al agujero de donde salí. Y estaba esperando el siguiente horroroso suceso para volver a ser consciente de nuevo del infierno en el que estaba inmerso...

Poco a poco recordé quien era pero no sabía responder a lo demás. Recordé que era poco más que un niño que vivía en un pueblo perdido de Alemania. Y como si de una cuesta abajo muy empinada se tratara, se fueron agolpando en mi mente todos los personajes y sucesos ocurridos hasta entonces...

Un padre agresivo que disfrutaba de la bebida y mucho más de la violencia a su mujer y su único hijo, para aliviar su mala fortuna y su decadente vida... Una madre amoldada a la vida de un hombre que nunca amó, del que solo recibió golpes de rabia e impotencia, y que optó por encerrarse en si misma dejando a un lado el fruto de su angustia... Un judío venido a menos, que hacía uso de la religión para atraer a mujeres y seguir sintiéndose un hombre libre... Una señora rica pero en las últimas, que se aferró a la juventud de un chico para olvidar la nostalgia del hombre que lo fue todo para ella... Un simple mayordomo con nula inteligencia, que trabajó toda su vida al servicio de una mujer que le asqueaba, pero que su dinero le atraía más que cualquier otra cosa en el mundo...

Violencia de niño... abandono, ignorancia y muerte por doquier con el paso de los años... para llegar a una pubertad incontrolada por el cúmulo de experiencias oscuras y más violencia, ignorancia y muerte hasta...

El tormento de los últimos acontecimientos cayeron como un jarrón de agua fría sobre mi... Dudaba incluso que toda esta historia pudiera ser real, pero en aquellos años no veía que pudiera ser de otra manera. No conocía nada más...

Mirando fijamente hacía delante sin pestañear, aparecieron unos ojos inyectados en sangre que contrastaban con la oscuridad. Mi cuerpo seguía sin reaccionar y los ojos como si quisieran imitarme... no se movían...

Recordé que no era una persona. Que había decidido un camino muy diferente a los demás habitantes de aquel pueblo. Y que siendo como era lo que me había sucedido y lo que me sucedería, si seguía el oscuro argumento de mi vida, ya no sería lo mismo. Empecé a plantearme la opción de hacerme salvaje como los animales. Mi comportamiento no se diferenciaba mucho de las alimañas que vivían cerca de la aldea y que ocasionaban tantos problemas a los vecinos. De que podría servirme convivir con la humanidad si solo me ocasionaban sufrimiento? No sería mejor aislarse del mundo?

La inmóvil mirada empezó a moverse a un lado y a otro. Y un ruido bestial, como un gruñido de rabia, empezó a oírse demasiado cerca de mi. Pensé que la bestia que me acompañaba había tomado vida propia y se presentaba porque tenía algo importante que decirme sobre lo que tenía que hacer...

Pero no hubo ninguna palabra. Solo un gruñido continuo y altisonante que cada vez se hacía más intenso. La impaciencia y la confusión se adueñaron de mi y me oí diciendo a gritos...

- No tienes nada que decir?!! Porque yo?!! Que he hecho yo para que me pase todo esto?!! Responde! Respóndeme! Dime porque?!!

Esperando algo con lo que aferrar mi desgracia, empecé a notar como circulaba la sangre por mis venas y levanté las manos a la altura de la cara. Solo podía distinguir sombras. Había llegado el momento de seguir...

Me levanté poco a poco sin apartar la mirada de aquellos ojos que me vigilaban. Y me sorprendí de que no me siguieran como esperaba. Se quedaron bajos, a la altura de la cintura, y el gruñido se transformó en.... ladridos?

Es entonces cuando empecé a entender que no era lo que me imaginaba. Ladridos y gruñidos se fueron alternando cada vez con más ahínco. Y entonces es cuando empecé a ver...

Me encontraba en el bosque, entre arboles que desaparecían en el cielo. La luz de la luna no llegaba por la espesura del lugar. Lo que pensaba que era la bestia, si que lo era... pero una mundana como muchas...

El lobo tenía el pelaje grisáceo y se confundía con las sombras de la noche. Lo que no confundí fue la dentellada que sentí en la pierna casi en un segundo...

El animal mantuvo su boca cogida a mi pierna largo rato. Yo solo supe empezar a dar golpes y más golpes en el cuerpo de la bestia, gritando como un poseso. Entonces recordé un truco que había visto hacer en más de una ocasión. Cambié de táctica y sin ver, intenté golpearle en el hocico. Ese hocico que parecía formar parte ya de mi cuerpo...

Con la rabia contenida, finalmente el lobo desistió en desgarrarme más la piel y se apartó. Dolorido, me quedé mirando la silueta del animal, que aunque derrotado, no decidió seguir su camino y dejarme en paz...

El animal ladraba sin parar para mostrarme que yo no era superior a él. Herido, no sabía que es lo que podía hacer para librarme de ese perro. Pero la decisión vino de repente al cabo de poco...

Ya no era un lobo. De entre los árboles aparecieron más como él. Todos ladrando de rabia y esperando que diera el siguiente paso...

El número de bestias y la herida sangrante no me hicieron dudar. Poco podría orientarme, pero de lo que estaba seguro es que si no me movía, acabaría devorado por unas sabandijas nocturnas que no me llegaban a la altura...

Empecé a correr como pude intentando no estamparme con alguno de aquellos enormes edificios con hojas. Aún por la herida, mi sentido de supervivencia era mucho más poderoso y la carrera, aunque me pareció eterna, dio resultado. Aunque... no como yo hubiese querido...

Corriendo como sabía y con los gruñidos del infierno detrás, acabé tropezando con algún obstáculo en el camino que me hizo rodar cuesta abajo durante mucho. Cuando parecía que todo acabaría en esa persecución... me golpee en la cabeza... y volvió la oscuridad....

Continuará...

Capítulo 10


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Las pesadillas han sido mis funestas compañeras de vida desde que tuve consciencia. Al principio las palizas de mi padre se extendían en el tiempo hasta llegar a traspasar las fronteras del reino de Morfeo, para continuar sufriendo junto con la oscuridad de la noche. Luego la impasibilidad de la expresión de mi madre que me veía sin mirarme. Más tarde...

Un ataúd y negrura absoluta. Mi mano encima de la puerta al otro mundo, con movimientos lentos, que iban aumentando en celeridad junto con el latir de un corazón que no era el mío. La cruz de un cristo encima de la tapa, reluciente, pero que iba apagándose conforme los latidos aumentaban en intensidad. Angustia y dolor pero silencio absoluto....

Abro el ataúd y encuentro el cuerpo de mi madre tendido, con las palmas encima del pecho. Su piel, blanca como la nieve, como la que se acumulaba durante largo tiempo en el pueblo donde me crié. Una mano que se posa encima de mi hombro y yo girándome... asustado...

Mi madre de pie, con el mismo aspecto que cuando la miro dentro del ataúd, intentando decirme algo que no consigo entender.... y al poco... el fuego aparece bajo sus pies...

Envuelta en llamas, grita de dolor, mientras que el olor a chamusco llena mi olfato hasta que siento una nausea que se extiende hasta lo más hondo... de mi ser... y girándome para no seguirla viendo, vuelvo a ver el ataúd... pero en este caso soy yo el tendido, y mis manos cruzadas en el pecho... están cubiertas de sangre...

Aquellos días no fui primero a la casa del pueblo. Me desperté en la mansión, después de estar toda la noche en vela, pensando en mi buena fortuna y en como iban a cambiar las cosas a partir de ese instante. Pero todo cambió al salir de la habitación y dirigirme al salón para desayunar y prepararme para un nuevo y maravilloso día.... pensé...

Me vi corriendo por las escaleras, cantando y silbando, exaltado de euforia y fuera de sí por la emoción. Y al llegar al final de las escaleras y cruzar un par de salas, me tropecé con el mayordomo sin verlo... y un pequeño botellín de cristal se cayó al suelo con estrépito.

El mayordomo me miró sorprendido y se puso pálido por segundos. No le dí mayor importancia y cuando le iba a preguntar si se encontraba bien, se adelantó diciendo...

- Y tú? Que haces aquí? No se supone que tenías el día libre y ibas a ver a tu madre?

- Me dormí muy tarde y no me he levantado hasta ahora... Te encuentras bien?

La primera vez que me interesaba por como se encontraba alguien que no fuera yo mismo...

Me giré rápidamente, mirando en dirección al salón...

- Voy a darle los buenos días a la señora, y me iré al pueblo...

- NO! No, no... la señora no se encuentra muy bien y me ha dicho que nadie le moleste...

Sorprendido de la reacción añadí con grosería...

- Que a caso yo soy nadie?! Jajajaja! Yo no soy nadie! Jajajaja... "Pobre iluso..." pensé yo, sin percatarme de lo que estaba pasando...

Seguí corriendo hacía el salón sin darle tiempo al larguirucho en reaccionar y sentí que me seguía corriendo también, como queriendo parar lo inevitable...

Y fue en ese momento que la vi... tan pálida, con la boca desencajada, el pelo alborotado, los ojos muy abiertos, y los brazos a los lados... sin vida...

- Pero...! Señora! Señora! SEÑORA!

Grité sin parar, hasta que estuve a su lado...

- Pero que demonios ha pasado? Porque está así? Que ha pasado?!

Cuando miré hacia la puerta lo vi. Sudando e intentando tomar aire por una carrera que su cuerpo no soportaba...

- Me vas a decir que ha pasad...

..Y fue en ese momento cuando lo entendí todo. Me vino a la mente la imagen del botellín cayéndose al suelo, y ese innombrable temblando e intentando balbucear lo que su estrechez de miras podía conseguir decir...

- La has matado! La has matado tú!!! Pero porque??!!!

- Por la herencia! Si por la herencia! Creías que iba a dejar que te quedaras con todo niñato!!!

No le deje decir ni una palabra más. El resto ya lo he contado. La furia fue total, la violencia extrema y el final de aquel hombre... funesto...

Pero la bestia no me abandonó después de todo. La sombra que había quedado adormilada tanto tiempo, después de liberarse de los límites de mi subconsciente, tenía sed de más...

Dejé a los dos, cada uno con su escena dantesca, y me fui corriendo hacía el pueblo, donde debería haber ido antes de encontrarme con aquello...

Llegué a la casa de mi madre... y a diferencia de lo que conté... ella si que estaba...

Abrí la puerta de un portazo, como tiempos que parecían olvidados, y ella... que estaba atendiendo la cocina... se giró sobresaltada. Ya no era aquel niño que ignoró desde que era un crío de pecho. Era un animal salvaje, enfurecido por su sino y sediento de venganza. Ya no valían más excusas. Todo lo malo sucedido hasta ese momento, no podía haberse originado si no hubiera sido por ella...

- ES CULPA TUYA!!! TODO ESTO ES CULPA TUYA!!!! CULPA TUYA!!! CULPA TUYAAAA!!!!!

Mi humanidad, si alguna vez la tuve, dejó de existir. Y lo sucedido en esos minutos quedan en una dispersa bruma, que no consigo ver con claridad...

Tengo pequeños momentos que recuerdo algo y junto con las pesadillas parece que hay algo que queda pendiente pero no sé que puede ser...

Si que recuerdo los gritos, mi mano ensangrentada con un cuchillo de cocina, el reflejo de la hoja iluminando la faz de una vida conocida que desaparecía por segundos, unos ojos vidriosos que se iban apagando y el cuerpo de aquellos ojos envuelto en llamas, junto con más gritos... de dolor...

Correr, correr, correr intentando huir de un sino marcado por la desdicha, la violencia y la oscuridad más absoluta...

Siguiente capítulo....



Capítulo 9

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La adolescencia se fue abriendo paso con celeridad. No solo lo notaba en mi cuerpo. También lo note en mi manera de pensar. Impaciente, radical, orgullosa y segura de si misma...

Durante los años en los que estuve trabajando en la mansión, además del jardín, poco a poco fui reformando toda la casa. La mujer cada vez estaba más sorprendida de mi capacidad y se maravillaba de los resultados. Me enteré que después de la muerte de su marido no se había planteado hacer reformas. Prefería quedarse con todos los recuerdos para seguir sintiendo que aún estaba allí, con ella, aunque ya hacía mucho que murió. Pero con mi buen hacer y mi juventud todo cambió. Lo noté en su aspecto y en su actitud hacía la vida. Algo no difícil de ver por alguien que había pasado muchos más años que yo junto a ella...

Y entonces sucedió lo que tanto estaba ansiando en mi mente adolescente. Una noche, después de tanto esfuerzo y las manos encallecidas, escuché aquello que tanto deseaba después de más de cuatro años. Me acuerdo que estaba con la señora en su dormitorio. Los dos estirados en la cama. Y después de mirarme largo rato embobada como se había acostumbrado a hacer me dijo...

- Ya sabes que nunca tuve hijos... Y que no tengo familiares vivos...

Al ver que la expresión de mi rostro se puso seria continuó...

- Ya hace tiempo que me estoy planteando que heredes todo lo que tengo. En pocos años has hecho que me vuelva a ilusionar por vivir. Te considero como el hijo que nunca tuve. Ya soy una mujer lo suficiente mayor como para que no me queden muchos años de vida. Y cuando muera todo lo que ves morirá conmigo...

- No debería decir eso. Aún le quedan muchos años por vivir y disfrutar...

Con el tiempo mentir se me daba mejor que cultivar el huerto...

- Está decidido... hijo mío... He llamado a la persona que administra mi bienes para que venga mañana. Una vez firmados, cuando llegue el momento podré descansar en paz. Sé que con las capacidades que me has demostrado llegarás muy lejos y sabrás que hacer. Seguro que mi marido... que dios lo tenga en su gloria... si estuviera aquí con nosotros, diría lo mismo que estoy diciéndote yo ahora...

Cogiéndole lentamente de la mano le dije casi en susurros...

- No sé como puedo agradecerle todo lo que ha hecho y está haciendo por mí. No se arrepentirá en haber tomado esta decisión tan importante. Le aseguro que el nombre de su familia volverá a tener la importancia que tuvo antaño...

Con los ojos húmedos en lágrimas por la emoción, ella dijo...

- No tienes nada que agradecerme. Es lo mínimo que puedo hacer...

Justo en ese momento picaron a la puerta. Era el mayordomo que venía a dar la buenas noches a la señora. A esas alturas a mí me ignoraba completamente. Como si nunca hubiera aparecido en sus vidas. Pero no me afectaba nada en absoluto. De ignorancia sabía yo más que cualquier otro...

Me fui a dormir sin ser consciente de lo que la vieja me había dicho. Pero con el paso de los minutos el nerviosismo se adueñó de mi. Había conseguido mi objetivo. Había ganado no solo las batallas si no la guerra. Me sentía pletórico y poderoso. En pocos días iba a ser tan rico como para no tenerme que preocupar más ni de pobreza, ni de ignorancia, ni de temores...

Decidí que al día siguiente, aprovechando mi día libre, iría al pueblo y le diría a mi madre que ya no iba a volver más a esa casa donde pasé los peores momentos de mi corta vida. Y que no pensaba volver nunca. Estaba convencido que sería bueno tanto para mí como para ella. Nuestra obligada relación de parentesco, carente de afecto, se acabaría de manera tan ruda como lo fue desde el principio...

Muy pronto y sin haber pegado ojo, me cambié de ropa rápidamente y salí de la mansión antes de que amaneciera. Cogí el mismo sendero que solía andar infinidad de veces durante esos años, pero decidí desviarme por un recodo y subir por una colina que conocía muy bien y a la que me sentaba para descansar después de un duro día de trabajo físico agotador...

La cima de la colina quedaba entre la mansión y el pueblo. Me gustaba pasar el rato pensando en mis constantes estrategias para llegar donde lo había hecho. Era tan alta que veía los edificios pequeños y me daba la impresión que los podía coger con la mano. Me maravillaba la sensación de poder que tenía cuando los contemplaba tan diminutos...

A punto de cumplir quince años sentía que mi vida iba a cambiar definitivamente para mejor. En pocos años y si seguía así podría ser dueño de lo que quisiera, cuando quisiera y como quisiera. Con la herencia de la señora podría vivir a todo lujo y sin más preocupaciones. Pensaba vender todos los objetos que guardaba y que me molestaban. La gran mayoría. Y por supuesto deshacerme de los servicios del mayordomo dejándolo en la calle... a su suerte. Esas eran las dos primeras decisiones importantes que iba a tomar siendo un joven hombre rico. Todo lo demás en ese momento carecía de importancia. Tenía toda una vida por delante para saber que hacer...

Al llegar a la casa del pueblo me sorprendí por no encontrar a mi madre en casa. Ni tampoco al rabino que cada vez era más asiduo a estar allí. Sabía de su relación y ellos, aunque evitaban demostrarlo en mi presencia, también sabían que no era un secreto. Alguna vez antes de entrar, me asomaba por la ventana y los veía besarse a escondidas. Aunque esa imagen solo me daba nauseas, mis asuntos requerían de toda mi atención como para perder el tiempo y montar una escena que no cambiaría nada...

Me dirigí sin pensar al dormitorio "conyugal" y abrí el armario, confirmando mis sospechas. Los enamorados habían huido abandonándome como hizo mi padre con nosotros cuando comenzó la guerra...

Al salir de la habitación me fijé en una nota escrita por el judío explicando las razones del abandono encima de la mesa del comedor. Sabía de mi buena ventura con la vieja rica. Y esa como si fuera la mejor excusa que podría darme, fue la razón para que los dos, después de pensarlo durante mucho tiempo, decidieran comenzar una nueva vida lejos de un pueblo castigado por la guerra.

Me quedé sentado en la silla leyendo la nota una y otra vez sin dar crédito. Pero no hubieron lágrimas. Unas lágrimas que tenía olvidadas hace mucho. Parecía que los acontecimientos sucedían de la mejor manera posible. Sin tener que dar explicaciones los unos a los otros. En ese momento pensé que si nuestras vidas se separaban en ese momento para no volverse a encontrar poca importancia podía tener. Como la tuvo todos los años anteriores...

Salí de la casa dejándola tal y como estaba. Yo tampoco quería volver a saber nada más de ese pueblo. Una vez con la herencia incluso me planteé en vender la mansión para empezar también una nueva vida... cuando llegara el momento...

Volví a la mansión corriendo. Así era como quería huir, como lo habían hecho el rabino y mi madre. Volvía al hogar donde nunca debí salir. Pero cuando llegué a los grandes portones de la mansión la vida volvió a golpearme con insistencia, como estaba haciendo yo con la puerta...

Me abrió la puerta el mayordomo con cara seria. Y no tardó en decirme...

- La señora ha muerto esta mañana...

Me quede petrificado al oírle...

- Que? Pero como es posible!? Donde está!?

- En el salón...

Al llegar al salón la vi. Estaba más pálida de lo habitual y con los ojos muy abiertos. La escena me impactó y eso que estaba acostumbrado a ver muchos cadáveres. Le cogí de la mano como había hecho la noche anterior, inmóvil, sin saber reaccionar...

Al cabo de poco el calvo del bigotillo entró en el salón y con voz de burla exclamó...

- Tengo entendido que la señora pretendía que heredaras todo lo que tenía. Lo que me parece que no te comentó es que antes de que tú llegaras la herencia era para mi...

De espaldas a él, un escalofrío recorrió mi espalda. Me giré con los puños cerrados de rabia y grité todo lo que pude...

- La has matado tú?!!!

- Tú que crees... Iba a permitir que un niñato pueblerino de poca monta me quitara lo que había conseguido en tantos años de servicio?! Estaba esperando que muriera como tú, contaba los días que parecían eternos... y entonces apareciste. Al principio creí que te despacharía rápidamente como había hecho muchas veces. Sabía que eras un niño maloliente y andrajoso como los demás. Pero con el paso del tiempo te ganaste su confianza. Tanto como para que pensara lo que yo consideraba impensable. Fuiste tú el que me obligaste a envenenarla mientras desayunaba. La conversación que mantuvisteis ayer ya fue la gota que colmó el vaso...

No le dejé acabar de hablar. Mi cuerpo empezó a temblar sin control por la rabia. La bestia que habitaba en mi y que pensaba dormida resurgió. Solo sentía lo mal que lo había pasado hasta ese momento y como ese tipejo al que yo había creído un inútil había jugado conmigo. La rabia y el odio fueron tan intensos que corrí hacia él y lo tiré al suelo. Yo era más fuerte y ese mayordomo larguirucho no supo reaccionar. Estando en el suelo y con los puños cerrados empecé a golpearle una y otra vez. A mi mente acudían imágenes del claro del bosque con mi padre, cuando yo hecho un ovillo recibía los golpes del "generalucho" y no paraba hasta que creía que había tenido suficiente...

Me oí decirle al calvo entre gritos...

- Levántate!!! Levántate!!! Crees que en la guerra podrás sobrevivir si no te levantas!!!??

Le cogí del cuello y apreté lo más que pude. Sentí su pulso entre mis manos. Y como el pobre imbécil suplicaba clemencia. Al poco dejó de respirar... y cuando me dí cuenta me aparté tan rápido como me había lanzado a por él...

Sentía la respiración muy acelerada y dejé que pasara el tiempo para calmarme. Tenía las manos ensangrentadas sin ser mi propia sangre. Me había convertido en un monstruo como lo era mi padre...

Hubo un momento que no sabía donde me encontraba. Cuando me dí cuenta de lo que había hecho, salí corriendo de la mansión sin rumbo y corriendo, me perdí en la espesura. No entendía muy bien como podía haber pasado aquello. Como el destino quería que mi vida fuera tan funesta...

Esto es lo que siempre he intentado convencerme de lo que sucedió en aquel año. Creyéndome mi propia historia como si fuera verdad. Como siendo algo que podría olvidar teniendo en cuenta todo lo que sucedió después. No obstante, no me puedo engañar más a mi mismo. Lo contado durante esos días no fue exactamente así...

Siguiente capítulo...

Capítulo 8

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Los siguientes tres o cuatro años los pasé entre dos casas, entre dos mundos...

Me levantaba en una casa de pobres religiosos que daban gracias a dios diariamente por su buena fortuna con los tiempos que corrían y me acostaba casi siempre... en la misma casa.

Pero durante el día entraba en un mundo completamente diferente. Un mundo en que la religión era un tema que poco importaba. Y el materialismo desvencijado la razón de ser de una reina y sus dos súbditos.

Los primeros seis meses después de mi presentación como un experto jardinero de diez años fueron poco fructificantes. Llegaba y como era normal debido a mi absoluto desconocimiento sobre la materia, preguntaba que tenía que hacer. Pero a diferencia de los buenos presagios del judío, las tareas no fueron como deberían ya que no recibí la esperada ayuda del mayordomo. Desde el primer día me vio como una amenaza para él. Y a la pregunta insistente de lo que debía hacer siempre recibía la misma respuesta...

- No has trabajado cuidando jardines? Poco te puedo explicar. Yo ya tengo suficiente con las tareas de la casa y en atender a la señora...

Lo poco que quedaba del jardín de antaño pasó a ser en pocos días un verdadero caos de ramas mal cortadas y flores marchitas. Y la voz ya de por sí aguda de la mujer se convirtió en chillidos constantes que me exasperaban hasta tal punto que huía y me escondía en cualquier lugar que encontraba, hasta que desaparecían.

El rabino tuvo que venir varias veces para hablar con la señora excusándose y con el mayordomo para pedirle un poco de ayuda. Pero todos sus esfuerzos fueron en vano. No hubieron reprimendas de su parte hacía mí. Simples comentarios de lo poco que iba a durar en una oportunidad tan valiosa de ser un hombre con futuro y nada más...

Los comentarios de uno y la charlatanería de otro me traían sin cuidado. Pero después de pensarlo en los muchos ratos que me pasé sin hacer nada, decidí que tenía que cambiar de estrategia y ganarme la confianza de la señora de otro modo.

Empecé haciéndole cumplidos de la forma más sincera que pude. Y noté que los cumplidos aunque no se acercarán en lo más mínimo a lo que yo pensaba, tuvieron la respuesta que pretendía. Para evitar una competencia de la que no me podía enfrentar en ese momento, también me dediqué a comentar las excelencias de su humilde esclavo del bigotillo.

Con este "buen hacer" conseguí dos premios que me servirían de mucho en mi vida. Aunque los días pasaban y el jardín era lo más parecido a las suntuosas ruinas que se estaba convirtiendo la mansión, empecé a caerle en gracia a esa vieja mujer y encontró en hacer de maestra un apasionante entretenimiento al que dejar pasar el tiempo muerto en que se estaba convirtiendo su deprimente vida.

Me sorprendí en lo rápido que aprendí a leer y escribir. Y lo rápido que la mujer se acostumbró a analizar mi cuerpo con su mirada como si fuera una de las obras de arte que tenía colgadas en el salón. Repetía una frase constantemente...

- No sé quien te ha enseñado a cuidar el jardín niño, pero eres muy inteligente. Sigue así y seguro que llegarás lejos...

Y siempre acababa pensando yo...

"Llegaré lejos y no tendré que ver más tus mollejas que me dan asco..."

Al cabo de esos seis meses no recibí ni una moneda. Pero no me importó en absoluto. Conseguí algo mucho más valioso para mí. Aprendí a leer, escribir e incluso algo de ciencias y de letras. El medio para poder conseguir mucho más dinero que el que tenía esa señora. Y utilizarlo para comprar su casa y los servicios de su solicito mayordomo...

Sabía que mi atractivo físico inocente y pueril no me iban a servir de mucho si no hacía algo más que cumplidos, sonrisas falsas y reverencias. Y también sabía que lo que parecía una amenaza empezaba a serlo realmente, cuando veía la cara del calvo mientras yo estaba aprendiendo con la vieja maestra y ella me miraba con esos ojos de deseo que él no había conocido en todos los años que trabajaba para ella.

Un día sentado en medio de la maleza y las ramas muertas del jardín me propuse que lo iba a conseguir. Iba a hacer lo posible para que el jardín tuviera por lo menos mejor aspecto del que yo mismo lo había dejado. No sabía de que manera lo iba a hacer pero el objetivo estaba claro. Y no recibiría ninguna ayuda, si no todo lo contrario.

Tenía que ganar la batalla en la que estaba inmerso y mi adversario era un pobre desgraciado que aunque lo fingía muy bien, no tenía dos dedos de frente. Si realmente yo era tan inteligente como decía la señora, no me iba a costar nada...

Pasé mucho tiempo analizando las plantas y los árboles del jardín. Puede decirse que llegué a desarrollar una habilidad que desconocía en mi. Y mediante la observación, paciencia y con cuidado, cogí las herramientas y me puse a trabajar. Pasados los días, el caos pasó a convertirse en orden. Limpié la maleza, regué las plantas, me atreví a podarlas como bien pude e incluso me subí a los árboles para recoger los frutos...

Mi inteligencia, mi físico, mi esfuerzo y mi perseverancia me llevaron a conseguir mi objetivo. Y pasé a ser en pocos meses "el favorito" de los súbditos del reino. Aunque mi enemigo utilizó algún recurso a su alcance como no darme de comer cuando tenía hambre y provocar algún destrozo furtivo en el jardín de vez en cuando, no pudo conmigo. Yo era mejor que él. Y lo demostré hasta el punto de que empezó a perder la compostura delante de la señora cuando yo estaba. Algo que según ella no había ocurrido nunca antes...

Así pasaron cuatro años de mi vida. Cuando hacía mucho frío para volver a casa por la noche, me quedaba a dormir en la mansión. Empecé durmiendo en el dormitorio del servicio donde dormía el calvo. Al cabo de cuatro años acabé durmiendo en el dormitorio, al lado de la reina. Como si me hubiera convertido en su príncipe. Un hijo que nunca tuvo...

Cuando hacía calor volvía a la cruda realidad de la pobreza y el rechazo. Poco a poco la indiferencia de lo que sucedía entre las cuatro sucias paredes de la casa del pueblo se adueñó de mi. Pero pasó algo que si recuerdo...

Durante ese tiempo entré en la pubertad. Crecí tanto que poco debía faltar para ser tan alto como mi padre. El ejercicio físico por el trabajo en el jardín me convirtió en un hombre con músculos como él. E incluso los rasgos de mi cara eran idénticos. Acompañados con la inexpresividad de mi rostro cuando llegaba a casa, era la viva imagen de mi padre pasando por el umbral de la puerta.

Mi madre notó esos cambios más que yo. Y su ignorancia hacía mi pasó a ser... temor. Lo veía en su rostro cuando me giraba y nuestras miradas se cruzaban. Me daba la impresión que estaba reviviendo el oscuro y violento pasado que creía olvidado y que fingía no recordar cuando aparecía el judío por la casa.

No creo que se le pudiera pasar por la cabeza lo que sucedió pocos meses después...

Siguiente capítulo...

Capítulo 7

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A partir de esa noche "la bestia" como la nombré años después, comenzó a dar señales de existencia dentro de mi. Con menos de diez años y después de las experiencias vividas de violencia, rechazo, ignorancia, pobreza y muerte dejé de lado la inocencia del niño para dar lugar poco a poco al hombre que he sido durante toda mi vida.

Tomé la decisión de que sería yo mismo el que tomaría las riendas de mi historia y los demás me servirían para conseguir mis objetivos en la vida aunque en ese momento no me planteaba cuales podían ser. Lo que si me daba lo mismo eran cuales podían ser las consecuencias de mis actos. Si la vida me había tratado de esa manera tan funesta, la única manera de seguir mi camino sería luchar contra ella...

Al día siguiente tal y como estaba previsto por el rabino, picaron a la puerta de casa a primera hora de la mañana. Aún estaba en la cama pero ante la insistencia de los golpes me levanté y fui a abrir. Allí estaba el religioso que pretendía ser el salvador de los pobres desgraciados de Alemania con la misma repugnante sonrisa que había visto desde el primer día que lo vi. Debió notar algo en mi cara porque de pronto se puso serio. Sin moverse del umbral de la puerta me dijo con su voz de "Profeta":

- Buenos días hijo. Tu madre duerme aún?

Mi única reacción al respecto fue asentir con la cabeza.

- Muy bien, pues no la molestemos. Acompáñame. Te voy a presentar a una mujer que quiere conocerte.

Sabiendo muy bien cuales eran las intenciones del barbudo, como un autómata me dirigí a mi cubículo y me puse una camisa y un pantalón limpios de entre la poca ropa que tenía. Cuando volví a aparecer ese hombre ya estaba esperando fuera.

Salimos del pueblo y anduvimos por el sendero ancho que muchos llamaban "carretera principal", para ir a algún lugar desconocido para mi. Hasta ese momento yo no había ido más allá del bosque circundante. Como mucho había subido alguna cuesta poco empinada que hacía de pie de alguna montaña no muy grande y nada más. Me tome ese corto andar como algo necesario para cambiar la rutina de rechazo y silencio que vivía en casa. Y eso provocó que sintiera inquietud por saber que pasaría.

Pero esa inquietud no se transformó en la expectación que el rabino esperaba y continué con mi parsimonia. No hice ninguna pregunta al respecto. Seguí con la misma expresión en mi rostro y el religioso no dio ninguna explicación de las razones de aquella primera excursión juntos.

Al cabo de un rato de andar nos desviamos de la carretera principal para coger un pequeño camino de tierra donde a los pocos metros más allá pudimos divisar una casa que en ese momento creí descomunal. Era una construcción rústica de gran tamaño. Al acercarnos me fijé que estaba desvencijada y de un tono gris que contrastaba con el verde de alrededor como si fuera una roca enorme que nadie podía mover.

La puerta de entrada era tan grande que siendo yo tan pequeño me impresionó su tamaño. Me dio por frotarme las manos, pero no por el frío ya que debía ser primavera o verano, si no porque la inquietud se transformó en nerviosismo. En ese momento no quería que el barbudo lo notará ni lo más mínimo pero mis planes no tuvieron éxito en aquel momento. El judío cogió el enorme picaporte en forma de aro de una de las alas de portón y lo dejó caer sobre su propio peso. El fuerte sonido que se oyó hizo que saltara de un brinco del susto.

En aquel momento el judío me tocó la cabeza con su mano y me dijo:

- Tranquilo hijo. La señora es una buena mujer y no creo que quiera comerte.

Solo cerré los puños y me mordí la lengua para no reaccionar de mala manera. No me interesaba en aquel momento. Si hubiera sido otro seguramente que le hubiera propinado un puntapié en sus divinas partes nobles como había visto hacer a los niños del pueblo cuando se peleaban. Controlé la rabia contenida y no le miré a los ojos...

Abrió la puerta un hombre muy delgado pero elegantemente vestido por un traje usado infinidad de veces. Tenía la tez pálida, pómulos marcados y poco pelo rubio que solo le cubría los lados de la cabeza dejando la parte superior al descubierto. El bigotillo rubio no tenía más suerte que el cabello y ocupaba demasiado poco espacio para poder ser un bigote en condiciones. Y la enorme nariz podía retar a la casa por la proporción que ocupaba en su cara. No me acuerdo bien del color de sus ojos. Azules supongo porque era lo normal. Todo junto presentaba un tinte bastante cómico y que en aquel momento no supe apreciar.

Saludó al judío agachando levemente la cabeza y mi acompañante hizo lo mismo.

- Podemos ver a la señora? Quiero presentarle a este chico que aunque joven, tiene fortaleza y habilidades que pueden servir para ayudar en las reformas que esta casa necesita.

- Por supuesto. Síganme por favor.

La voz altisonante del calvo retumbaba por el eco.

Entramos y abrí los ojos lo más que pude. De vivir en una pequeña casa de pobres pasé a conocer lo que me pareció un palacio de reyes medievales. Y nunca mejor dicho. Todo el mobiliario, cuadros, ornamentos incluso alguna que otra armadura parecían sacados de la época medieval. Por lo viejos que eran y por el polvo que acumulaban. Para mi fue un mundo nuevo en el que explorar y eso mismo fue lo que me animó y me dio a conocer que la vida podía ser diferente aunque hasta ese momento pensaba que eso no era posible. Me prometí a mi mismo que a pesar de mi situación paupérrima yo sería de esa clase de personas con mucho dinero, posesiones y esclavos que agachan la cabeza. Todo lo que no tenía lo tendría y daría ordenes que tendrían que ser acatadas con prontitud y eficacia. La bestia que empezaba a germinar en mi no era solo oscura sino también ambiciosa y materialista. Y para mi todo eso ya me servía para salir del agujero en el que estaba metido. Solo era cuestión de tener paciencia y astucia para que todo fuera bien para mi. Para mi y nadie más...

Después de entrar en la sala principal con la enorme escalera que subía al piso superior, cruzamos algunas salas más casi igual de grandes para llegar a un salón con una mesa en la que tenía que auparme para poder ver lo que había encima de ella. Un número incontable de cuadros de todos los tamaños colgaban de las paredes y la lámpara dorada colgada en el centro provocó que me quedara mirándola como hiptonizado por su belleza de otros tiempos.

En uno de los extremos de la mesa había una mujer que debería tener una edad acorde con el mobiliario y un grosor acorde con el tamaño de la casa. Era un enigma como la silla en la que estaba sentada, donde podían caber hasta tres como yo, podía sostener su peso. Sus mollejas se fundían con el mueble y daba la impresión que fuera parte de su cuerpo. En aquel momento pensé como era posible que se levantara de aquel trono. Pero al acercarnos tuve mi respuesta. La silla tenía ruedas que parecían hechas para mover un carro.

Su pelo era blanco como la nieve y pulcramente peinado le llegaba por los hombros. Llevaba unas lentes muy pequeñas que parecía que se iban a romper por la presión de una cara hinchada por el sobrepeso. Las arrugas surcaban los ojos, las comisuras de los labios y la frente. Si no había suficiente, una abultada papada de piel flácida le colgaba de una barbilla inexistente.

Habiendo padecido necesidades y viendo lo decrépitos que se pueden volver los cuerpos por la hambruna, el espectáculo de aquel cuerpo rechoncho y viejo me impactó hasta el punto de sentir nauseas y vergüenza ajena. No entendía como podía existir algo así y decidí que haría lo posible por no llegar a ese extremo de gula y de declive por mucha comida que pudiera tener en la despensa y dinero bajo la cama.

- Buenos días Señora. Le presentó a este fuerte jovencito que le podrá ayudar en las tareas de las que tantas veces le he hablado que necesita esta casa.

Yo agaché la cabeza como le había visto hacer al hombre del bigotillo. La infantil voz que surgió de ese cuerpo maltrecho me erizó la piel...

- Pero si es un niño muy pequeño! Que reformas puede hacer un niño de edad tan corta? Si no podrá mover ni los objetos menos pesados! No esperaba que el ayudante que me ibas a buscar fuera un niño.

- Su corta edad y pequeño cuerpo engañan a la vista señora. Le he visto mover objetos que otros niños de su edad no pueden. Podrá empezar con pequeñas faenas que usted necesite y que le urgen. Yo había pensado en que trabajara cuidando el jardín. Como usted y yo sabemos, le encanta asomarse para ver el jardín desde su habitación y también sabemos que esta perdiendo toda la belleza que tuvo antaño. Quizá alegrarle la vista de buena mañana pueda ser el comienzo. Dele una oportunidad. Le aseguro que no le defraudará.

La mujer me miró con sus pequeños ojos azules detrás de sus diminutas lentes y me dijo:

- Sabes cuidar el jardín?

Sin darme tiempo a responderle que no, el rabino se adelantó y dijo:

- Ha estado cuidando el jardín de diferentes casas del pueblo cercano que queda al sur. No se preocupe, si le falta experiencia, aprenderá rápido con la ayuda del mayordomo. No solo es fuerte si no también muy inteligente.

La mujer le miró con la mirada más seria que su gruesa cara podía y dijo:

- Si es tan inteligente... No puede responder a una pregunta tan simple?

Y mirándome otra vez me dijo:

- Que te pasa niño. Se te ha comido la lengua el gato?

Secundé la mentira del barbudo diciendo:

- Si señora. Sé cuidar el jardín.

Y aprendí que la mentira sería también necesaria si pretendía llegar lejos.

Dirigiéndose al rabino dijo:

- Me costará caro?

- No se preocupe señora. Los primeros días no cobrará. Así le demostrará lo que vale. Más adelante volveremos a hablar. Todo dependerá de los trabajos que considere que puede hacer.

Estuvo tiempo mirándome de arriba a abajo sin pestañear y al cabo de un rato suspiró levemente. Le costó quitarse las lentes encajadas en su cara pero una vez conseguida la proeza dijo finalmente sin apartar la cara de mi...

- Muy bien. Mañana poco después de que salga el sol preséntate aquí y veremos que puedes hacer.

Capítulo siguiente...

Capítulo 6

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A partir de ese día dios formó parte de nuestras vidas. De un ateísmo recalcitrante mi madre pasó a ser una ferviente creyente de la religión judía. Con el tiempo supe que su salvador no era ni más ni menos que un rabino de una sinagoga en un pueblo cercano al nuestro. No sé si como muestra de agradecimiento o por otra razón que más tarde confirmé pero el comportamiento de mi madre cambió hacia los demás, hacia el mundo... pero no hacía mi.

Pasamos de estar en un pozo sin fondo a ser rescatados por un alto representante del mismo dios del que tanto tuve que oír los años posteriores. Supongo que en mi situación tendría que haber estado igualmente agradecido por lo sucedido, pero los acontecimientos a raíz de la "resurrección" de mi madre lo único que consiguieron es que me encerrara más en mí mismo.

Después de la aparición de aquel rabino vivimos una vida muy distinta a la que habíamos estado acostumbrados. La pasividad que nos llevó a la situación extrema que tuvimos que sufrir en carne propia tenía solución a pesar de que nuestros toscos ojos no se percataran de ello. Y mi madre relacionó sin pensar su salvación con una nueva oportunidad que el dios judío le había dado para que su vida fuera feliz.

Durante el siguiente año las visitas de aquel barbudo personaje fueron continuas y con el paso del tiempo frecuentes. Su actitud optimista ante la vida y su fe levantaron las ruinas de nuestro hogar para construir otro templo de devoción que yo desde un principio no entendí. Se hicieron reformas en la casa, trajo comida aunque sabíamos que era difícil de conseguir y tanto mi madre como yo ganamos el peso perdido. Mi madre incluso ganó algún quilo de más...

Pero no todo quedó ahí. Un día el rabino llegó con dos hombres más y empezaron a montar una maquinaria que ocupó gran parte del comedor. Al poco apareció otra conocida mujer de aquel hombre y le explicó a mi madre los entresijos de uso de aquel armatoste. En pocos meses, mi madre que no sabía casi ni hacer las labores de la casa, empezó a tejer haciendo un ruido estrepitoso que se podía oír desde las casas colindantes. Todo aquello que tejía se lo llevaba la mujer a cambio de dinero contante y sonante.

Me sentía un espectador viendo una obra de teatro. Y mi mutismo solo hacía que acrecentar mi condición y mi soledad. Las sonrisas que veía e incluso las risas que oía de mi madre con las visitas del rabino se volvían seriedad e indiferencia cuando él desaparecía. Y aquel niño que nada entendió en ese momento optó por no poner nada de su parte para que su madre cambiara con él. De que hubiese servido?

El rabino siempre fue cordial y amable conmigo. Intentó enseñarme a leer un libro que siempre llevaba consigo. Intentó enseñarme a escribir. Pero ante mi negativa y después de insistir varias veces decidió pasar a saludarme cuando llegaba y a despedirse cuando se iba...

Recuerdo una noche en la que trajo consigo un extraño objeto de gran tamaño. Era un candelabro de cobre con ornamentos labrados y que tenía siete brazos. Tal y como llegó lo dejó en medio de la mesa del comedor y encendió las velas que aguantaba cada brazo. Pusimos la mesa con todo tipo de alimentos y nos sentamos a cenar. Tanto mi madre como él agacharon la cabeza y el religioso empezó a orar en susurros. Yo mientras tanto observaba aquel objeto y la luz que inundaba toda la habitación. Ocupaba tanto espacio que poco nos quedaba a los tres para comer...

Después de los rezos el rabino explicó que se trataba de la Menorá, un objeto de gran importancia en su religión que... no hice caso ni lo más mínimo de lo que decía. Me sentí molesto por la intromisión de aquel objeto. Por la intromisión de aquel hombre en nuestras vidas que a mi personalmente no había conseguido cambiar nada para ser feliz. Seguía solo. Más solo incluso que antes, cuando mi madre no tenía otra que dirigirme la palabra aunque fuera poca porque solo nos teníamos ella y yo...

No sé cual fue la razón exacta de lo que hice, supongo que envidia, celos quizá. Recuerdo a aquel hombre hablando de su religión como si estuviera subido en un púlpito convenciendo a sus fieles de lo bueno de su fe y ocultando lo malo detrás de su negra barba. Recuerdo a mi madre con seriedad respetuosa y como hipnotizada por lo que él decía. Pude leer sus pensamientos en aquel momento aunque al ser tan pequeño no alcancé a entender la gravedad de los mismos para mí...

Fue entonces cuando cogí el plato lleno de comida hasta los bordes y con todas mis fuerzas lo estampé contra la pared con rabia contenida. Me levanté rápidamente, tire la silla al suelo de un empujón y me fui corriendo a mi habitación cerrando la puerta de un portazo.

Me senté en una esquina de la habitación pero no lloré. Me quede mirando mis puños cerrados durante tiempo. Desde el otro lado pude oír:

- Tu hijo se pasa mucho rato solo. Necesita ocupar el tiempo en hacer algo productivo para que le haga ver las cosas de manera diferente. Conozco a una mujer a las afueras del pueblo que necesita ayuda. Quizá tu hijo pueda ayudarla. Mañana iré con él y se la presentaré...

Nadie entró para saber lo que me pasaba. Me quedé en la penumbra con mi soledad. Yo y mi soledad maldecimos a dios en pensamientos. Así hasta que me quedé dormido...

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Capítulo 5

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Nunca había visto alguien parecido. Delante de mí tenía a un hombre bastante alto y delgado que me saludaba con la mano desde el otro lado del umbral de la puerta. Sus ojos marrones parecían despreocupados, como si la visión que tenía delante no le perturbara en absoluto. Pocas veces veía hombres con los ojos marrones en el pueblo...

Pero lo que me impactó más en ese momento no fue eso. Fue su aspecto. Vestía con una especie de túnica de riguroso negro que le cubría hasta los pies y un sombrero de ala circular le cubría la cabeza. Llevaba un zurrón de color también oscuro colgado en un hombro. Tenía el cabello largo y moreno con una trenza a cada lado de la cabeza. Una enmarañada barba que parecía muy descuidada le cubría casi todo el rostro. Como si quisiera ocultar sus intenciones detrás de tanto pelo. Fijándome un poco más pude ver que, oculto tras su barba, aquel hombre...

Sonreía?

Como era posible?

Nadie sonreía tal y como estaban las cosas. La última vez que vi sonrisas fue la de unos niños jugando y divirtiéndose mientras yo acompañaba a mi padre a cazar... días antes de la fatídica noticia que lo cambió todo.

Lo siguiente fue un saludo escueto y una pregunta directa. Me dijo...

- Hola hijo. Vives solo?

Creo recordar que en aquel momento la piel se me puso de gallina. Pero no fue por una voz resonante que parecía venir del inframundo. Era porque me había llamado hijo. Lo había oído a los vecinos decírselo a sus hijos. Conocía su significado. Pero nadie me lo había llamado a mí...

Acostumbrado a no decir palabra, solo supe mover la cabeza de un lado a otro. Viendo mi reacción posó su mano en mi frente unos segundos. No hizo ninguna pregunta más. Entró en la casa y como si la conociera, posó su mirada en la puerta de la habitación que estaba abierta.

Cuando vio a mi madre su rostro se puso serio. Se acercó a un lado de la cama e hizo el mismo gesto que acababa de hacer conmigo. Salió rápidamente de la habitación, encendió un fuego con agua y empezó a sacar toda clase de bolsitas de su zurrón poniéndolas encima de la mesa una al lado de la otra. Una vez todas colocadas cogió un poco de una, de otra, quizá de otra más y removió el mejunje. Al poco, lo retiró del fuego y puso el contenido en un recipiente más pequeño. Con lo que quedaba, me pidió un paño y lo metió en la olla. Se lo puso a mi madre en la frente, colocó una silla al lado de la cama, se sentó y le cogió de la mano.

Los acontecimientos se sucedieron en muy poco tiempo. O quizá estaba muy débil y no era consciente del paso de los minutos. Desde la aparición de ese extraño personaje no supe reaccionar. Lo único que hice en ese momento fue acercarme a la entrada de la habitación y mirar que es lo que iba a suceder. Esperando... que se yo...

El hombre estuvo en esa posición durante todo el día y la noche posterior. Mientras, con los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia abajo, recuerdo que canturreaba algo en un idioma que yo no entendía. De vez en cuando no se oía nada y luego volvía a empezar.

Al día siguiente y después de haber estado varios días postrada en la cama inconsciente, mi madre abrió los ojos. Me acerqué a los pies de la cama pero parecía como si solo estuvieran ellos dos solos. Se miraban directamente a los ojos y no se decían nada. Creí ver algo que no había visto nunca. Mi madre estaba intentando un amago de sonrisa. Miré a aquel hombre y pude entrever la misma sonrisa que tenía cuando abrí la puerta de casa el día anterior.

Dejó de cogerle la mano y levantó los brazos hacía el cielo diciendo algo en aquel idioma que yo desconocía. Luego en alemán dijo... Gracias! y volvió a inclinar su cabeza hacia el suelo.

Salió de la habitación y volvió con el recipiente que contenía aquello que había preparado la noche anterior. Se lo dio de beber a mi madre y justo después confirmé lo que no me podía creer...

Mi madre estaba sonriendo...

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domingo, 2 de mayo de 2010

Capítulo 4

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Los tiempos en guerra siempre son fatales. Sea el lugar y la época que sea. Y en el pueblo donde viví mis primeros años de vida, donde la vida normal ya era pobre de por sí, la fatalidad alcanzó proporciones épicas...

Después del reclutamiento forzado de los aldeanos, la desgracia acabó con las esperanzas de muchos en seguir adelante. La hambruna se hizo más acuciante de lo que podía ser en tiempos de escasez y esto pudo con mucha gente del pueblo. Los alimentos no llegaban y cuando lo hacían era demasiado tarde. Los hombres, responsables de sacar adelante a sus familias, se habían marchado a un viaje sin retorno y los que quedaron padecieron las horribles consecuencias...

Muchos decidieron irse de sus hogares para encontrar un lugar con más posibilidades donde vivir, dejando atrás toda una vida y el esfuerzo de años de duro trabajo. Las tierras que abandonaban se marchitaban con el paso de los meses. Algo que sucedía incluso con los cultivos de los que se quedaban debido a que los que podían hacer el trabajo estaban en el mejor de los casos luchando por su vida con lo que podían, o en el peor de los casos, enterrados en una fosa común de algún lugar ignoto. El clima durante aquellos años tampoco cambió la situación para mejor. Parecía que la calamidades que traía consigo el conflicto no venían solas...

Las pocas familias que quedaron diezmaron con demasiada celeridad. Primero los hombres y mujeres de más edad, acompañados por los niños de muy corta edad. Los funerales estaban a la orden del día y las campanas de la iglesia no paraban de tocar la marcha fúnebre. Todos los aldeanos decidieron sin anunciarlo públicamente, vestirse de negro. Algunos por la pérdida de familiares y amigos, otros por la certeza de que los que cumplían con su deber con la patria no volverían. Si quedaba la remota posibilidad de que hubiera alguno que no tuviera esta situación directa o indirectamente, lo hacía por solidaridad con los demás...

Los niños como yo, tuvimos que trabajar para la subsistencia de nuestras familias y hacernos hombres a marchas forzadas. Algunos no pudieron con tanto esfuerzo físico y sufrieron hasta morir de enfermedades que no pudieron ser tratadas por ningún médico porque no había ninguno...

Tanta muerte hizo que el cementerio del pueblo se saturara. Lo siguiente fue cavar fosas a las afueras del pueblo para evitar más enfermedades... y más muerte... y niños que no habían llegado a la pubertad cavando para enterrar a los suyos...

En este ambiente de desolación vivimos mi madre y yo. Y a diferencia de otras familias, en las que la pérdida de algunos creaba vínculos fuertes entre los que quedaban, nuestra unión era... un espejismo... necesario.

Después de la marcha de mi padre, mi madre se encerró más en si misma, si eso era posible. No nos dirigíamos la palabra, y ni ella ni yo intentábamos cambiar la situación entre nosostros. Parecía como si hubiéramos decidido clausurarnos en un convento y cumplir voto de silencio. Aunque en nuestro caso no habían misas, ni flagelaciones... casi no existíamos. Eramos como dos almas en pena sin rumbo...

Al principio pasamos hambre. Al poco... hambre en demasía. Los primeros días nuestros estómagos gritaban nuestra atención constantemente. Pero con el tiempo dejaron de "molestar". Como al niño que dejas que llore todo lo que quiera hasta que se queda dormido.

Esta fue nuestra horrible situación durante meses. Nuestros cuerpos se volvieron cadavéricos. Pertenecíamos más al otro mundo que al nuestro. Mi madre junto con la palidez que hizo suya desde hacía tiempo parecía un auténtico fantasma. Pero al carecer de expresión en su rostro , nunca supe si alguna vez se planteó que lo único que quedaba era esperar que llegara la guadaña para llevarnos o algún milagro que cambiara nuestras vidas.

Cuando todo se hizo insoportable mi madre cayó enferma. No podía ser de otro modo. No podía moverse de la cama y su cuerpo pasaba de una fiebre abrasadora a un cuerpo helado como témpano de hielo. Lo único que se me ocurrió en aquel momento era sentarme a su lado y cogerle de la mano. Con ocho años no podía hacer otra cosa. Nadie me había explicado que se hacía cuando ocurría algo parecido...

Yo en cambio, aunque mi cuerpo se resintió, no decayó y aún podía mantenerme en pie. Estuve tiempo intentando encontrar alguna persona que pudiera hacer algo por ella por todo el pueblo, pero sin éxito. Los demás, aún después de años de vivir en el mismo lugar, casi no nos conocían, y tenían demasiadas preocupaciones con ellos mismos y los suyos en salir adelante, para dedicarnos un solo minuto...

Cuando parecía que nuestro final estaba cerca, picaron a la puerta de nuestra casa. En ese momento yo estaba adormilado y no sabía si mi madre ya estaba durmiendo el sueño de no retorno. Cuando oí la puerta me sobresalté y fui corriendo lo que pude para ver de quien se podía tratar.

Cuando abrí la puerta me froté los ojos como creyendo que soñaba...

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Capítulo 3

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Los pensamientos más delirantes y ansiados de mi padre... se hicieron realidad...

Me acuerdo que era una tarde de verano. Pero el sol no iluminaba los bosques y la montañas. Un cielo ennegrecido le daba al paisaje un aspecto más triste al pueblo de lo que era habitual. Como si el cielo anunciara las desgracias y calamidades que estaban a punto de comenzar para toda la humanidad...

Mi padre y yo estábamos sentados en la mesa del comedor. Mi madre no estaba. Un momento de silencio absoluto. Se podían oír hasta los mosquitos que revoloteaban por la estancia y las cucarachas que correteaban. Pero de pronto los dos dimos un brinco de nuestras sillas sobresaltados...

Un estridente sonido de corneta venía de fuera acompañado de un incesante traqueteo que cada vez se oía más fuerte. Mi padre se levantó tirando la silla al suelo con fuerza para asomarse por la ventana. Yo me quedé paralizado por el miedo, viéndole. Esos movimientos tan bruscos normalmente indicaban el preludio de una paliza sin sentido ni razón de ser...

Le oí gritar como un poseso... Soldados! Soldados! Ha venido el ejército! Soldados!

Parecía como un niño entusiasmado por la llegada de un circo. Yo seguí sin mover un músculo. Nunca lo había visto así de emocionado y sabía por experiencia que la situación aunque excepcional, podía acabar de la peor manera.

Pero esa vez no fue así. Se llevó sus gritos fuera de la casa. Por la ventana pude distinguir varios carros tirados por unos caballos de tamaño gigantesco. Encima, multitud de hombres todos apiñados. Algunos con uniforme y otros vestidos como humildes campesinos...

Cuando pasaron por delante de la casa el ruido de la corneta y los carros, junto al griterío de la gente que aumentaba en intensidad conforme se adentraban en la aldea, me obligo a llevarme las manos a las orejas inconscientemente.

Así estuve largo rato. Estando solo y viendo que mi padre no volvía a entrar en casa decidí moverme. Poco a poco salí de casa y ya fuera vi que no quedaba nadie en la calle. El sonido de la corneta seguía oyéndose desde la plaza del pueblo...

Caminé hasta la plaza. Al llegar me encontré que toda la gente se había congregado allí para saber que pasaba. No me encontré a ninguno de mis padres entre la muchedumbre. Tan pequeño no podía ver lo que todos sí veían y decidí pasar entre la gente a gatas...

Después de varias patadas de hombres, mujeres y niños conseguí atravesar la marea humana y ponerme en primera fila. Cuando me puse en pie vi, desde el otro lado del círculo que se había formado, a dos hombres del pueblo que transportaban una mesa y otro hombre una silla . Las pusieron en medio y se retiraron con rapidez. Muy cerca de donde yo me encontraba estaban los carros con los soldados y los campesinos. Todos y cada uno con las caras muy serias...

Ya no había gritos. No se oía ni un murmullo. Es como si toda esa gente humilde supiera que lo que iba a escuchar era muy importante y no querían perderse ni una sola palabra de lo que se dijera.

Cuando la mesa y la silla estuvieron bien colocadas en el centro, apareció en escena un hombre de mediana edad vestido de uniforme. Era bastante más bajo que mi padre pero no tenía que envidiarle en musculatura a la de aquel.

Tenía una abundante barba rala y el pelo largo y muy negro que le llegaba por los hombros. Su cara tenía las facciones muy marcadas. Una gran nariz aguileña y unos ojos... de un intenso azul celeste de mirada profunda.

El semblante de aquel hombre, además de serio como los otros... daba autentico pavor...

Utilizó la silla para subirse a la mesa como si de un estrado se tratara. Y con una voz de barítono gritó...

- Compatriotas! Nuestro país está en guerra!

Casi todos los presentes se llevaron las manos a la boca en señal de espanto. Se empezaron a oír sollozos de mujeres...

- Por orden de nuestra majestad imperial Guillermo II glorioso sea su nombre... todo hombre que halla cumplido los quince años de edad y que no esté tullido o demasiado viejo debe alistarse inmediatamente en el ejército para cumplir con su obligación de defender a su patria de los enemigos rusos!

Los sollozos rápidamente se convirtieron en lloros incesantes que fueron acompañados de los de los niños...

- Aquel hombre que se niegue a cumplir con su deber como alemán, será arrestado de por vida! Tenéis una hora para coger las armas que tengáis o cualquier utensilio que se pueda utilizar como arma! En marcha! Moveos!

Lo siguiente que recuerdo es gente corriendo de un lado para otro, mujeres llorando desconsoladamente y cogiendo a sus maridos por el brazo para no dejarles ir. Niños cogidos a las piernas de sus padres, abrazos entre familiares y amigos, besos entre parejas muy jóvenes y... las personas subidas a los carros impasibles y con sus rostros ensombrecidos por la fatalidad...

Esas muestras de cariño me impactaron. Hasta ese momento no imaginaba que todo eso fuera posible teniendo en cuenta que nunca había visto algo parecido. A mi padre no lo vi. A mi madre tampoco.

Al volver a casa solo, encontré que mis progenitores ya habían llegado. Mi madre estaba sentada en la misma silla que había estado yo y en la misma posición inmóvil. Mi padre entraba en el dormitorio para coger las pocas prendas de ropa que tenía... entraba en la cocina para coger la poca comida que teníamos... cogía una alforja desgastada... y lo metía todo dentro. Y como no, el hacha y la escopeta colgadas detrás.

Creí ver una sonrisa de satisfacción en su rostro. Es como si hubiera cumplido su más deseado sueño. Abandonarnos para ir a la guerra.

Lo único que dijo fue...

- Ahora eres el hombre de la casa. Cuida de tu madre.

No hubo contacto físico de ningún tipo aquella vez. Ni con mi madre, ni conmigo. Simplemente dijo aquello y se fue. Fueron las últimas palabras que le oí decir a mi padre.

Una vez salió por la puerta sin echar la vista atrás, volvió el silencio. Recuerdo estar un rato largo mirando la puerta de entrada. Como si estuviera esperando algo más sin saber que. Cuando me giré, mi madre seguía sentada en el mismo lugar. Parecía una estatua de mármol por lo pálida que estaba. Pero hubo algo diferente que me sorprendió...

Unas lágrimas rebeldes corrieron por sus mejillas. Me acerqué y le puse la mano encima de la suya. Estaba fría como el hielo...

Esa vez... las lágrimas que vi... no fueron de dolor...

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Capítulo 2

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Siempre me he preguntado como hubiera sido mi vida si hubiera tenido el cariño de alguno de los dos progenitores. Quizá mi historia hubiera sido distinta. Pero en mi caso esto no sucedió. No quiero excusarme de lo que he hecho durante mi vida diciendo esto, pero es algo en lo que le he dado vueltas cada vez de manera más acuciante, como clamando a un dios en el que no creo perdón por mis desmanes...

La palabra "cariño" tampoco existía en el exiguo diccionario de mi padre. Éste me veía como un "pequeño soldado" al que se le tenía que enseñar disciplina "militar". O por lo menos sus enseñanzas estaban siempre orientadas a la rudeza de la vida en un mundo en guerra imaginario, en el que él estaba inmerso como un gran general y yo era su único recluta...

Parecía como si tuviera capacidad clarividente... o manejara más información de la que mi madre y yo podíamos saber por las noticias que corrían por el pueblo en aquellos años. En todo caso, la violencia que veía en casa, la empecé a experimentar en mis carnes con pocos años...

Mi padre decía... "Esto que sufres no es nada con lo que te puedes encontrar allí fuera, niñato...".

Muchas veces me he preguntado... sabía realmente lo que decía?

Era consciente de la verdadera realidad que se escondía más allá de los bosques y de las montañas de su pueblucho de mala muerte?

Pues la verdad.... no tenía ni la más mínima idea...

Mi padre era un pobre y desgraciado leñador analfabeto que no sabía "escribir la o con un canuto". Aprovechó su superioridad física (lo único de lo que podía asirse...) para eludir la mediocridad y creerse alguien importante. La disciplina de la que tanto fanfarroneaba se la inventó en uno de sus delirios de grandeza o quien sabe... en alguna de las innumerables borracheras que tenía y en las que acababa maltratanto de forma tan brutal a mi madre...

Con cuatro o cinco años pocos recuerdos tengo. Supongo que he intentado reprimirlos de alguna manera. Pero algo que si recuerdo son mis excursiones por el bosque acompañando a mi padre para aprender el "arte de la guerra".

Recuerdo que de vez en cuando mi padre me cogía del brazo con demasiada fuerza, le decía a mi madre "Hoy se viene conmigo a cazar...", y salíamos de casa dirección al bosque colindante que rodeaba la aldea. En esos momentos yo siempre me quedaba mirando el rostro de mi madre esperando alguna reacción. Pero como siempre pasaba, no nos miraba a ninguno de los dos. No decía nada. Es como si mi padre le estuviera explicando a la pared del fondo que nos íbamos. Esa era la preocupación con la que se quedaba mi madre cuando desaparecíamos por unas horas.

Recuerdo que durante el viaje tanto de ida como de vuelta me lo pasaba corriendo... corriendo... corriendo.... no paraba de correr detrás del leñador. Él no se daba la vuelta ni una sola vez y su paso era mucho más grande que el mío. Siendo tan pequeño me preocupaba más quedarme solo en medio del bosque que aprender las "lecciones del generalucho". Quizá si no lo hubiera seguido con tanta ímpetu y me hubiera quedado atrás podría haber sobrevivido y haber sido alguien diferente. Pero tan pequeño y solo en medio de un bosque enorme... nunca lo sabré...

No gritaba pidiendo que parase. Sabía que intentarlo podía ser mucho más grave que ni murmurar siquiera...

Recuerdo su espalda muy ancha mientras corría detrás de él. Y las dos primeras armas de las que tuve conocimiento que llevaba cruzadas detrás. Una hacha dentellada que pocos árboles cortó y una escopeta que tardaba mucho más en cargar que en disparar. Esa escopeta era el segundo bien más preciado de mi padre después del gramófono. Mi padre apareció un día por casa con esa escopeta... ensangrentada junto con su propia camisa. Sin que mi madre dijera ni una sola palabra empezó a explicar medio borracho que pertenecía a un vecino también leñador que ese día había muerto por el ataque de una bestia. Como eran tan amigos, este compañero de desventuras, le había dicho que en caso de que le pasara algo se la podía quedar...

Nunca me he creído ni una sola palabra de esta historia... sabiendo como era mi padre...

Cuando llegabamos a alguno de los lugares que le gustaban a mi padre para "cazar" empezaba la instrucción, que se podría resumir en una bofetada, tras otra, tras otra, tras otra...

Suerte tuve que eran bofetadas. Por lo menos el imbécil era consciente de que era muy pequeño y podría matarme. Si hubiera sido más mayor seguro que se hubieran convertido en puñetazos. Pero eso, por suerte, no lo llegué a conocer. El amago de lloro, que si que hubo, suponía aumentar la fuerza en los golpes. Mi capacidad de llorar, si alguna vez la tuve, desapareció durante esas excursiones. Incluso viviendo momentos más dramáticos que éstos... nunca más lloré por nada... ni por nadie...

Entre golpe y golpe habían momentos de quietud. Aprovechaba que yo estaba en el suelo para cargar el arma. Pasaba mucho tiempo hasta que la tenía lista para disparar. Durante ese tiempo yo ni me movía. Tenía un sexto sentido para saber cuando había acabado y entonces levantarme como alma que lleva el diablo poniéndome en su lado derecho.

Otra frase que recuerdo repetida hasta la saciedad era... "Cuando seas un hombre podrás con una de éstas...". Algunos años después me reí de la vulgaridad del arma y del personaje que la empuñaba como si fueran la espada Excalibur y el rey Arturo de un cuento de pantomima.

Recuerdo disparos sin ton ni son. Muchos al aire. El retroceso de esa arma podía incluso con un cuerpo tan musculoso como el de él. Otros tantos daban en árboles. De los pocos que quedaban puede ser que alcanzaran a algún conejo o comadreja... o no. No recuerdo el impacto en ningún animal. Lo que si recuerdo es a mi padre gritar "Le he dado!" como si fuéramos testigos presenciales de un milagro. Corría y volvía con lo que quedaba de un pequeño roedor con el brazo en alto y sin parar de gritar para que los demás animales del bosque supieran de su supremacía como ser humano... o se rieran por como estaba haciendo el ridículo...

La poca "caza" que se consiguió... nunca llegó a casa para ser cocinada y degustada por todos. Lo siguiente al deprimente espectáculo de correrías y gritos era comérselo. Allí mismo. Sin pasar por una olla. Directamente a la boca sin pensar...

Mi padre decía... "Para poder sobrevivir tendrás que comer cualquier cosa...". Arrancaba un pedazo de carne cruda del animal y me la metía en la boca. La primera vez la escupí... quizá la segunda... pero mejor era tragarse aquello... fuera lo que fuese... daba igual que fueran entrañas o piel. La cuestión era comer para poder sobrevivir... mejor comiendo... que a la paliza por no comer...

Si el día era fructífero en "Caza" o en "instrucción" bien. Si en las dos cosas mejor. Si ese ser despreciable al que le he llamado padre por decir algo, no quedaba satisfecho por como había ido el día, la ira que le quedaba siempre la liberaba con la misma persona y en el mismo lugar a la vuelta...

Estos fueron los momentos más vividos de mi tierna infancia. Violencia por doquier...

Pero estas vivencias que parecían no terminar nunca, no duraron muchos años más. Cuando tenía unos seis años quizá siete, la situación cambió drásticamente...

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Capítulo 1

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Conflicto. Esa es la mejor palabra que puede describir mi vida. Conflicto interminable...

Nací a comienzos del siglo veinte en Alemania. "El imperio más poderoso que ha existido en la historia, niño...". Eso mismo lo escuché de mi padre desde que tengo conciencia de que existo. Las noticias de lo que acontecía en el resto del país nos llegaban a cuenta gotas por un cartero que venía de vez en cuando y explicaba lo que sucedía por una moneda que muchas veces no teníamos. En todo caso, ese gran poder que proclamaba mi padre a los cuatro vientos día sí y día también, yo no lo veía por ningún sitio...

Mi padre, mi madre y yo vivíamos en una casa medio derruida de un pequeño pueblo perdido entre bosques y montañas donde el lujo y la fortuna brillaban por su ausencia. Un comedor con muebles muy antiguos para la época y comidos por la carcoma, dos dormitorios diminutos con camastros más que camas, una letrina (si es que se le podía dar ese calificativo...) y una cocina que se utilizaba poco o casi nada. Solo había lo indispensable para sobrevivir o mejor dicho mal vivir. Sin electricidad, sin agua potable, sin todos esos "lujos" que hoy en día son tan normales. Pero lo peor no era eso ni mucho menos. La convivencia con el paso de los años fue de mal en peor. Nadie se puede imaginar la de conflictos que pueden aparecer en un espacio tan reducido. Eso es lo que he pensado siempre....

El único objeto de "valor" que había en el hogar era un gramófono de cuerda. El bien más preciado de mi padre. Solo el lo podía tocar. La reprimenda si te acercabas a pocos metros estaba y siempre lo ha estado... fuera de lugar. Solo había una canción que sonaba una y otra vez en infinidad de ocasiones. "Muerte y funeral de Siegfried" de Richard Wagner. El ídolo musical de mi padre por antonomasia. Luego me dí cuenta que mi padre no sabía nada de música ni le importaba. Pero Richard Wagner fue un gran erudito por lo que decían y sobre todo alemán. Con eso bastaba...

Nunca he llegado a saber del todo cierto si mis padres estaban casados. La verdad es que parecían dos completos desconocidos que se habían juntado por obligación. Siempre he estado convencido que esa obligación era mi pésima aparición en escena en el momento menos oportuno. Mi madre era muy joven cuando nací. Tenía poco más de quince años. Era una niña huérfana que tuvo que hacerse una mujer a trompicones. Mi padre al contrario era bastante más mayor. Rondaba la treintena. Aunque no era huérfano como mi madre nunca me habló de sus padres. La verdad es que nunca conocí a más familiares que mis propios padres. Como no iba a la escuela, mi educación se limitaba a dos personas que no se querían, con vidas llevadas al extremo...

Pero tenían algo en común, a pesar de todo. Los dos eran muy altos, rubios y con los ojos azules con tonalidades de verde. De cuerpo esbelto y bien formado por parte de mi madre, y de espaldas anchas y músculos hercúleos por parte de mi padre. Quien me iba a decir que esa herencia genética me iba a abrir tantas puertas en el futuro...

La educación era pésima. Leer y escribir eran dos verbos que nunca se utilizaban en mi familia. Mi padre que amaba a su patria como su gramófono, odiaba la religión con la misma intensidad. Era demasiado pequeño para preguntarle el porque. Mi madre casi no hablaba sobre este tema...y...ahora que lo pienso... sobre ningún otro...

En mi infancia no hubieron abrazos. No hubieron besos. El contacto físico que había entre mis padres solamente se manifestaba cuando mi padre, borracho de la taberna en la mayoría de días o enfadado, cogía a mi madre por el pelo y la arrastraba al dormitorio. Cerraba la puerta de un golpe, se oían palabras a gritos que yo no entendía, y luego mi padre salía de la casa para seguir emborrachándose. La primera vez que vi sangre no fue por alguna herida que me hubiera hecho yo. Era sangre de mi madre después de las palizas que le propinaba mi padre. Siendo tan pequeño, corría hacía el dormitorio y veía a mi madre hecha un ovillo en el suelo llorando desconsoladamente. La reacción al acercarme siempre fue la misma. Le tocaba el brazo, ella me miraba, me daba un empujón que me tiraba al suelo, gritaba "Fuera!" y seguía llorando...

Nunca he tenido el cariño de una madre a su hijo. Siempre me veía como el error que le había llevado a su situación de infelicidad y desgracia. La situación insoportable que vivía hizo que me ignorara completamente. Casi no cruzaba la mirada conmigo, como si yo no existiese o fuese un temor al que no se quería afrontar. Hacía las labores del hogar cuando se acordaba y me alimentaba para no cargar más su conciencia, pero nada más. Se pasaba el día mirando por la ventana sin decir palabra y cuando llegaba la noche empezaba a sollozar... como avisándome inconscientemente que llegaba el peor momento con letras mayúsculas del día. Esta historia, que yo recuerde, se repetía todos los días...

Yo en aquel momento solo tenía tres años...

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Prólogo

Dentro de una semana cumplo cien años... o eso me ha dicho. Llevo postrado tanto tiempo en la misma cama que ya no se ni en que día vivo...

Lo que sí sé es que viene una mujer... siempre la misma mujer vestida con uniforme blanco y siempre con la misma cantinela...

- Buenos días Comandante la hora del desayuno... Comandante la hora de la medicación... Buenas tardes Comandante la hora de la comida... Comandante la hora de la medicación... Buenas noches comandante la hora de la Cena... Comandante la hora de la medicación...

La conversación se limita a estas frases, una leve sonrisa que he llegado a pensar muchas veces que es por pena... y nada más...

Tengo otros dos compañeros más... un pitido constante y repetido que no cesa y un siseo que se alterna con el pitido. Al principio parecía insoportable y creía que me iba a volver loco de un momento a otro. Pero no podía pedirle a nadie que apagara ese maldito aparato. No podía gritar que no podía vivir de esa manera insoportable... no podía mover mis brazos y arrancarme los pequeños tubitos cogidos siempre a mi nariz... pitido y siseo como si de parásitos se trataran... se quedaron conmigo...

Mi visión se reduce a una pared también blanca sin ninguna floritura con una televisión colgada en un extremo siempre apagada... bueno casi siempre... a veces la "simpática" chica de blanco me coge de la cabeza y me la gira hacía un lado, enciende el televisor y se puede decir que la veo... aunque no me entero de nada de lo que dicen... hace aún más tiempo que no se lo que pasa en el mundo ni me interesa...

Mi única visitante también hace otras tareas ahora que me acuerdo... a veces veo que aparece con una esponja, barreño con agua, jabón y me frota diferentes partes del cuerpo que ya no siento. Otras veces viene con una cuchilla de afeitar. En todo momento me mira como si fuera un mueble que tuviera que limpiar por obligación. Eso sí con esa sonrisa falsa que no para de decirme...

"Viejo carcamal estoy aquí porque no tengo otro trabajo... pero si no fuera por eso aquí te quedarías...."

Solo puedo mover levemente la boca para que me introduzca como un bebé la papilla mañana, tarde y noche... una papilla sin ningún sabor que cuando estoy harto cierro la boca lo que puedo para avisarle de que no quiero más. Ella no insiste. Incluso ha habido veces que he cerrado la boca sin razón y entonces ha recogido el plato y se ha ido después de tres cucharadas...

No puedo hablar, solo emitir unos sonidos guturales... unos extraños gorgojeos que recuerdan más a un animal que a un ser humano. Al principio me sorprendía a mi mismo cuando queriendo decir algo me oía solo. Llegado hasta este punto, he decidido ni intentarlo siquiera... para que? para darle más pena aún?

Esta es mi situación... Vivo en un infierno de color blanco. Cuento por segundos la liberación que no llega. Supongo que me lo tengo merecido por la vida que he tenido...

Puedo decir después de cien años que no sé ni de lejos que es la felicidad. Si alguna vez ha llamado a mi puerta, o no he querido, o estaba demasiado ocupado poniéndole a la puerta más cerraduras para que ni yo mismo fuera capaz de abrirla...

He vivido en conflicto constante. No solo por los conflictos que he podido ver y en los que he participado si no también en los míos propios que son peores aún ya que te siguen estés donde estés y hagas lo que hagas...

Es por eso que a sabiendas que nadie puede escribir lo que yo diga porque no puedo comunicarlo y no creo que a nadie interese, he decidido contarme a mi mismo la historia de mi vida. Supongo que para intentar encontrar algo que me haga ver de alguna manera que todo esto ha servido de algo y poder descansar si es que después de tanto tiempo llega ese día... a lo mejor he muerto ya y este es el infierno que me esperaba después de todo...

Esta es según mi punto de vista, la triste historia de mi vida...

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