martes, 4 de mayo de 2010

Capítulo 7

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A partir de esa noche "la bestia" como la nombré años después, comenzó a dar señales de existencia dentro de mi. Con menos de diez años y después de las experiencias vividas de violencia, rechazo, ignorancia, pobreza y muerte dejé de lado la inocencia del niño para dar lugar poco a poco al hombre que he sido durante toda mi vida.

Tomé la decisión de que sería yo mismo el que tomaría las riendas de mi historia y los demás me servirían para conseguir mis objetivos en la vida aunque en ese momento no me planteaba cuales podían ser. Lo que si me daba lo mismo eran cuales podían ser las consecuencias de mis actos. Si la vida me había tratado de esa manera tan funesta, la única manera de seguir mi camino sería luchar contra ella...

Al día siguiente tal y como estaba previsto por el rabino, picaron a la puerta de casa a primera hora de la mañana. Aún estaba en la cama pero ante la insistencia de los golpes me levanté y fui a abrir. Allí estaba el religioso que pretendía ser el salvador de los pobres desgraciados de Alemania con la misma repugnante sonrisa que había visto desde el primer día que lo vi. Debió notar algo en mi cara porque de pronto se puso serio. Sin moverse del umbral de la puerta me dijo con su voz de "Profeta":

- Buenos días hijo. Tu madre duerme aún?

Mi única reacción al respecto fue asentir con la cabeza.

- Muy bien, pues no la molestemos. Acompáñame. Te voy a presentar a una mujer que quiere conocerte.

Sabiendo muy bien cuales eran las intenciones del barbudo, como un autómata me dirigí a mi cubículo y me puse una camisa y un pantalón limpios de entre la poca ropa que tenía. Cuando volví a aparecer ese hombre ya estaba esperando fuera.

Salimos del pueblo y anduvimos por el sendero ancho que muchos llamaban "carretera principal", para ir a algún lugar desconocido para mi. Hasta ese momento yo no había ido más allá del bosque circundante. Como mucho había subido alguna cuesta poco empinada que hacía de pie de alguna montaña no muy grande y nada más. Me tome ese corto andar como algo necesario para cambiar la rutina de rechazo y silencio que vivía en casa. Y eso provocó que sintiera inquietud por saber que pasaría.

Pero esa inquietud no se transformó en la expectación que el rabino esperaba y continué con mi parsimonia. No hice ninguna pregunta al respecto. Seguí con la misma expresión en mi rostro y el religioso no dio ninguna explicación de las razones de aquella primera excursión juntos.

Al cabo de un rato de andar nos desviamos de la carretera principal para coger un pequeño camino de tierra donde a los pocos metros más allá pudimos divisar una casa que en ese momento creí descomunal. Era una construcción rústica de gran tamaño. Al acercarnos me fijé que estaba desvencijada y de un tono gris que contrastaba con el verde de alrededor como si fuera una roca enorme que nadie podía mover.

La puerta de entrada era tan grande que siendo yo tan pequeño me impresionó su tamaño. Me dio por frotarme las manos, pero no por el frío ya que debía ser primavera o verano, si no porque la inquietud se transformó en nerviosismo. En ese momento no quería que el barbudo lo notará ni lo más mínimo pero mis planes no tuvieron éxito en aquel momento. El judío cogió el enorme picaporte en forma de aro de una de las alas de portón y lo dejó caer sobre su propio peso. El fuerte sonido que se oyó hizo que saltara de un brinco del susto.

En aquel momento el judío me tocó la cabeza con su mano y me dijo:

- Tranquilo hijo. La señora es una buena mujer y no creo que quiera comerte.

Solo cerré los puños y me mordí la lengua para no reaccionar de mala manera. No me interesaba en aquel momento. Si hubiera sido otro seguramente que le hubiera propinado un puntapié en sus divinas partes nobles como había visto hacer a los niños del pueblo cuando se peleaban. Controlé la rabia contenida y no le miré a los ojos...

Abrió la puerta un hombre muy delgado pero elegantemente vestido por un traje usado infinidad de veces. Tenía la tez pálida, pómulos marcados y poco pelo rubio que solo le cubría los lados de la cabeza dejando la parte superior al descubierto. El bigotillo rubio no tenía más suerte que el cabello y ocupaba demasiado poco espacio para poder ser un bigote en condiciones. Y la enorme nariz podía retar a la casa por la proporción que ocupaba en su cara. No me acuerdo bien del color de sus ojos. Azules supongo porque era lo normal. Todo junto presentaba un tinte bastante cómico y que en aquel momento no supe apreciar.

Saludó al judío agachando levemente la cabeza y mi acompañante hizo lo mismo.

- Podemos ver a la señora? Quiero presentarle a este chico que aunque joven, tiene fortaleza y habilidades que pueden servir para ayudar en las reformas que esta casa necesita.

- Por supuesto. Síganme por favor.

La voz altisonante del calvo retumbaba por el eco.

Entramos y abrí los ojos lo más que pude. De vivir en una pequeña casa de pobres pasé a conocer lo que me pareció un palacio de reyes medievales. Y nunca mejor dicho. Todo el mobiliario, cuadros, ornamentos incluso alguna que otra armadura parecían sacados de la época medieval. Por lo viejos que eran y por el polvo que acumulaban. Para mi fue un mundo nuevo en el que explorar y eso mismo fue lo que me animó y me dio a conocer que la vida podía ser diferente aunque hasta ese momento pensaba que eso no era posible. Me prometí a mi mismo que a pesar de mi situación paupérrima yo sería de esa clase de personas con mucho dinero, posesiones y esclavos que agachan la cabeza. Todo lo que no tenía lo tendría y daría ordenes que tendrían que ser acatadas con prontitud y eficacia. La bestia que empezaba a germinar en mi no era solo oscura sino también ambiciosa y materialista. Y para mi todo eso ya me servía para salir del agujero en el que estaba metido. Solo era cuestión de tener paciencia y astucia para que todo fuera bien para mi. Para mi y nadie más...

Después de entrar en la sala principal con la enorme escalera que subía al piso superior, cruzamos algunas salas más casi igual de grandes para llegar a un salón con una mesa en la que tenía que auparme para poder ver lo que había encima de ella. Un número incontable de cuadros de todos los tamaños colgaban de las paredes y la lámpara dorada colgada en el centro provocó que me quedara mirándola como hiptonizado por su belleza de otros tiempos.

En uno de los extremos de la mesa había una mujer que debería tener una edad acorde con el mobiliario y un grosor acorde con el tamaño de la casa. Era un enigma como la silla en la que estaba sentada, donde podían caber hasta tres como yo, podía sostener su peso. Sus mollejas se fundían con el mueble y daba la impresión que fuera parte de su cuerpo. En aquel momento pensé como era posible que se levantara de aquel trono. Pero al acercarnos tuve mi respuesta. La silla tenía ruedas que parecían hechas para mover un carro.

Su pelo era blanco como la nieve y pulcramente peinado le llegaba por los hombros. Llevaba unas lentes muy pequeñas que parecía que se iban a romper por la presión de una cara hinchada por el sobrepeso. Las arrugas surcaban los ojos, las comisuras de los labios y la frente. Si no había suficiente, una abultada papada de piel flácida le colgaba de una barbilla inexistente.

Habiendo padecido necesidades y viendo lo decrépitos que se pueden volver los cuerpos por la hambruna, el espectáculo de aquel cuerpo rechoncho y viejo me impactó hasta el punto de sentir nauseas y vergüenza ajena. No entendía como podía existir algo así y decidí que haría lo posible por no llegar a ese extremo de gula y de declive por mucha comida que pudiera tener en la despensa y dinero bajo la cama.

- Buenos días Señora. Le presentó a este fuerte jovencito que le podrá ayudar en las tareas de las que tantas veces le he hablado que necesita esta casa.

Yo agaché la cabeza como le había visto hacer al hombre del bigotillo. La infantil voz que surgió de ese cuerpo maltrecho me erizó la piel...

- Pero si es un niño muy pequeño! Que reformas puede hacer un niño de edad tan corta? Si no podrá mover ni los objetos menos pesados! No esperaba que el ayudante que me ibas a buscar fuera un niño.

- Su corta edad y pequeño cuerpo engañan a la vista señora. Le he visto mover objetos que otros niños de su edad no pueden. Podrá empezar con pequeñas faenas que usted necesite y que le urgen. Yo había pensado en que trabajara cuidando el jardín. Como usted y yo sabemos, le encanta asomarse para ver el jardín desde su habitación y también sabemos que esta perdiendo toda la belleza que tuvo antaño. Quizá alegrarle la vista de buena mañana pueda ser el comienzo. Dele una oportunidad. Le aseguro que no le defraudará.

La mujer me miró con sus pequeños ojos azules detrás de sus diminutas lentes y me dijo:

- Sabes cuidar el jardín?

Sin darme tiempo a responderle que no, el rabino se adelantó y dijo:

- Ha estado cuidando el jardín de diferentes casas del pueblo cercano que queda al sur. No se preocupe, si le falta experiencia, aprenderá rápido con la ayuda del mayordomo. No solo es fuerte si no también muy inteligente.

La mujer le miró con la mirada más seria que su gruesa cara podía y dijo:

- Si es tan inteligente... No puede responder a una pregunta tan simple?

Y mirándome otra vez me dijo:

- Que te pasa niño. Se te ha comido la lengua el gato?

Secundé la mentira del barbudo diciendo:

- Si señora. Sé cuidar el jardín.

Y aprendí que la mentira sería también necesaria si pretendía llegar lejos.

Dirigiéndose al rabino dijo:

- Me costará caro?

- No se preocupe señora. Los primeros días no cobrará. Así le demostrará lo que vale. Más adelante volveremos a hablar. Todo dependerá de los trabajos que considere que puede hacer.

Estuvo tiempo mirándome de arriba a abajo sin pestañear y al cabo de un rato suspiró levemente. Le costó quitarse las lentes encajadas en su cara pero una vez conseguida la proeza dijo finalmente sin apartar la cara de mi...

- Muy bien. Mañana poco después de que salga el sol preséntate aquí y veremos que puedes hacer.

Capítulo siguiente...

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