domingo, 2 de mayo de 2010

Capítulo 2

Capítulo anterior...

Siempre me he preguntado como hubiera sido mi vida si hubiera tenido el cariño de alguno de los dos progenitores. Quizá mi historia hubiera sido distinta. Pero en mi caso esto no sucedió. No quiero excusarme de lo que he hecho durante mi vida diciendo esto, pero es algo en lo que le he dado vueltas cada vez de manera más acuciante, como clamando a un dios en el que no creo perdón por mis desmanes...

La palabra "cariño" tampoco existía en el exiguo diccionario de mi padre. Éste me veía como un "pequeño soldado" al que se le tenía que enseñar disciplina "militar". O por lo menos sus enseñanzas estaban siempre orientadas a la rudeza de la vida en un mundo en guerra imaginario, en el que él estaba inmerso como un gran general y yo era su único recluta...

Parecía como si tuviera capacidad clarividente... o manejara más información de la que mi madre y yo podíamos saber por las noticias que corrían por el pueblo en aquellos años. En todo caso, la violencia que veía en casa, la empecé a experimentar en mis carnes con pocos años...

Mi padre decía... "Esto que sufres no es nada con lo que te puedes encontrar allí fuera, niñato...".

Muchas veces me he preguntado... sabía realmente lo que decía?

Era consciente de la verdadera realidad que se escondía más allá de los bosques y de las montañas de su pueblucho de mala muerte?

Pues la verdad.... no tenía ni la más mínima idea...

Mi padre era un pobre y desgraciado leñador analfabeto que no sabía "escribir la o con un canuto". Aprovechó su superioridad física (lo único de lo que podía asirse...) para eludir la mediocridad y creerse alguien importante. La disciplina de la que tanto fanfarroneaba se la inventó en uno de sus delirios de grandeza o quien sabe... en alguna de las innumerables borracheras que tenía y en las que acababa maltratanto de forma tan brutal a mi madre...

Con cuatro o cinco años pocos recuerdos tengo. Supongo que he intentado reprimirlos de alguna manera. Pero algo que si recuerdo son mis excursiones por el bosque acompañando a mi padre para aprender el "arte de la guerra".

Recuerdo que de vez en cuando mi padre me cogía del brazo con demasiada fuerza, le decía a mi madre "Hoy se viene conmigo a cazar...", y salíamos de casa dirección al bosque colindante que rodeaba la aldea. En esos momentos yo siempre me quedaba mirando el rostro de mi madre esperando alguna reacción. Pero como siempre pasaba, no nos miraba a ninguno de los dos. No decía nada. Es como si mi padre le estuviera explicando a la pared del fondo que nos íbamos. Esa era la preocupación con la que se quedaba mi madre cuando desaparecíamos por unas horas.

Recuerdo que durante el viaje tanto de ida como de vuelta me lo pasaba corriendo... corriendo... corriendo.... no paraba de correr detrás del leñador. Él no se daba la vuelta ni una sola vez y su paso era mucho más grande que el mío. Siendo tan pequeño me preocupaba más quedarme solo en medio del bosque que aprender las "lecciones del generalucho". Quizá si no lo hubiera seguido con tanta ímpetu y me hubiera quedado atrás podría haber sobrevivido y haber sido alguien diferente. Pero tan pequeño y solo en medio de un bosque enorme... nunca lo sabré...

No gritaba pidiendo que parase. Sabía que intentarlo podía ser mucho más grave que ni murmurar siquiera...

Recuerdo su espalda muy ancha mientras corría detrás de él. Y las dos primeras armas de las que tuve conocimiento que llevaba cruzadas detrás. Una hacha dentellada que pocos árboles cortó y una escopeta que tardaba mucho más en cargar que en disparar. Esa escopeta era el segundo bien más preciado de mi padre después del gramófono. Mi padre apareció un día por casa con esa escopeta... ensangrentada junto con su propia camisa. Sin que mi madre dijera ni una sola palabra empezó a explicar medio borracho que pertenecía a un vecino también leñador que ese día había muerto por el ataque de una bestia. Como eran tan amigos, este compañero de desventuras, le había dicho que en caso de que le pasara algo se la podía quedar...

Nunca me he creído ni una sola palabra de esta historia... sabiendo como era mi padre...

Cuando llegabamos a alguno de los lugares que le gustaban a mi padre para "cazar" empezaba la instrucción, que se podría resumir en una bofetada, tras otra, tras otra, tras otra...

Suerte tuve que eran bofetadas. Por lo menos el imbécil era consciente de que era muy pequeño y podría matarme. Si hubiera sido más mayor seguro que se hubieran convertido en puñetazos. Pero eso, por suerte, no lo llegué a conocer. El amago de lloro, que si que hubo, suponía aumentar la fuerza en los golpes. Mi capacidad de llorar, si alguna vez la tuve, desapareció durante esas excursiones. Incluso viviendo momentos más dramáticos que éstos... nunca más lloré por nada... ni por nadie...

Entre golpe y golpe habían momentos de quietud. Aprovechaba que yo estaba en el suelo para cargar el arma. Pasaba mucho tiempo hasta que la tenía lista para disparar. Durante ese tiempo yo ni me movía. Tenía un sexto sentido para saber cuando había acabado y entonces levantarme como alma que lleva el diablo poniéndome en su lado derecho.

Otra frase que recuerdo repetida hasta la saciedad era... "Cuando seas un hombre podrás con una de éstas...". Algunos años después me reí de la vulgaridad del arma y del personaje que la empuñaba como si fueran la espada Excalibur y el rey Arturo de un cuento de pantomima.

Recuerdo disparos sin ton ni son. Muchos al aire. El retroceso de esa arma podía incluso con un cuerpo tan musculoso como el de él. Otros tantos daban en árboles. De los pocos que quedaban puede ser que alcanzaran a algún conejo o comadreja... o no. No recuerdo el impacto en ningún animal. Lo que si recuerdo es a mi padre gritar "Le he dado!" como si fuéramos testigos presenciales de un milagro. Corría y volvía con lo que quedaba de un pequeño roedor con el brazo en alto y sin parar de gritar para que los demás animales del bosque supieran de su supremacía como ser humano... o se rieran por como estaba haciendo el ridículo...

La poca "caza" que se consiguió... nunca llegó a casa para ser cocinada y degustada por todos. Lo siguiente al deprimente espectáculo de correrías y gritos era comérselo. Allí mismo. Sin pasar por una olla. Directamente a la boca sin pensar...

Mi padre decía... "Para poder sobrevivir tendrás que comer cualquier cosa...". Arrancaba un pedazo de carne cruda del animal y me la metía en la boca. La primera vez la escupí... quizá la segunda... pero mejor era tragarse aquello... fuera lo que fuese... daba igual que fueran entrañas o piel. La cuestión era comer para poder sobrevivir... mejor comiendo... que a la paliza por no comer...

Si el día era fructífero en "Caza" o en "instrucción" bien. Si en las dos cosas mejor. Si ese ser despreciable al que le he llamado padre por decir algo, no quedaba satisfecho por como había ido el día, la ira que le quedaba siempre la liberaba con la misma persona y en el mismo lugar a la vuelta...

Estos fueron los momentos más vividos de mi tierna infancia. Violencia por doquier...

Pero estas vivencias que parecían no terminar nunca, no duraron muchos años más. Cuando tenía unos seis años quizá siete, la situación cambió drásticamente...

Siguiente capítulo...

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