martes, 4 de mayo de 2010

Capítulo 8

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Los siguientes tres o cuatro años los pasé entre dos casas, entre dos mundos...

Me levantaba en una casa de pobres religiosos que daban gracias a dios diariamente por su buena fortuna con los tiempos que corrían y me acostaba casi siempre... en la misma casa.

Pero durante el día entraba en un mundo completamente diferente. Un mundo en que la religión era un tema que poco importaba. Y el materialismo desvencijado la razón de ser de una reina y sus dos súbditos.

Los primeros seis meses después de mi presentación como un experto jardinero de diez años fueron poco fructificantes. Llegaba y como era normal debido a mi absoluto desconocimiento sobre la materia, preguntaba que tenía que hacer. Pero a diferencia de los buenos presagios del judío, las tareas no fueron como deberían ya que no recibí la esperada ayuda del mayordomo. Desde el primer día me vio como una amenaza para él. Y a la pregunta insistente de lo que debía hacer siempre recibía la misma respuesta...

- No has trabajado cuidando jardines? Poco te puedo explicar. Yo ya tengo suficiente con las tareas de la casa y en atender a la señora...

Lo poco que quedaba del jardín de antaño pasó a ser en pocos días un verdadero caos de ramas mal cortadas y flores marchitas. Y la voz ya de por sí aguda de la mujer se convirtió en chillidos constantes que me exasperaban hasta tal punto que huía y me escondía en cualquier lugar que encontraba, hasta que desaparecían.

El rabino tuvo que venir varias veces para hablar con la señora excusándose y con el mayordomo para pedirle un poco de ayuda. Pero todos sus esfuerzos fueron en vano. No hubieron reprimendas de su parte hacía mí. Simples comentarios de lo poco que iba a durar en una oportunidad tan valiosa de ser un hombre con futuro y nada más...

Los comentarios de uno y la charlatanería de otro me traían sin cuidado. Pero después de pensarlo en los muchos ratos que me pasé sin hacer nada, decidí que tenía que cambiar de estrategia y ganarme la confianza de la señora de otro modo.

Empecé haciéndole cumplidos de la forma más sincera que pude. Y noté que los cumplidos aunque no se acercarán en lo más mínimo a lo que yo pensaba, tuvieron la respuesta que pretendía. Para evitar una competencia de la que no me podía enfrentar en ese momento, también me dediqué a comentar las excelencias de su humilde esclavo del bigotillo.

Con este "buen hacer" conseguí dos premios que me servirían de mucho en mi vida. Aunque los días pasaban y el jardín era lo más parecido a las suntuosas ruinas que se estaba convirtiendo la mansión, empecé a caerle en gracia a esa vieja mujer y encontró en hacer de maestra un apasionante entretenimiento al que dejar pasar el tiempo muerto en que se estaba convirtiendo su deprimente vida.

Me sorprendí en lo rápido que aprendí a leer y escribir. Y lo rápido que la mujer se acostumbró a analizar mi cuerpo con su mirada como si fuera una de las obras de arte que tenía colgadas en el salón. Repetía una frase constantemente...

- No sé quien te ha enseñado a cuidar el jardín niño, pero eres muy inteligente. Sigue así y seguro que llegarás lejos...

Y siempre acababa pensando yo...

"Llegaré lejos y no tendré que ver más tus mollejas que me dan asco..."

Al cabo de esos seis meses no recibí ni una moneda. Pero no me importó en absoluto. Conseguí algo mucho más valioso para mí. Aprendí a leer, escribir e incluso algo de ciencias y de letras. El medio para poder conseguir mucho más dinero que el que tenía esa señora. Y utilizarlo para comprar su casa y los servicios de su solicito mayordomo...

Sabía que mi atractivo físico inocente y pueril no me iban a servir de mucho si no hacía algo más que cumplidos, sonrisas falsas y reverencias. Y también sabía que lo que parecía una amenaza empezaba a serlo realmente, cuando veía la cara del calvo mientras yo estaba aprendiendo con la vieja maestra y ella me miraba con esos ojos de deseo que él no había conocido en todos los años que trabajaba para ella.

Un día sentado en medio de la maleza y las ramas muertas del jardín me propuse que lo iba a conseguir. Iba a hacer lo posible para que el jardín tuviera por lo menos mejor aspecto del que yo mismo lo había dejado. No sabía de que manera lo iba a hacer pero el objetivo estaba claro. Y no recibiría ninguna ayuda, si no todo lo contrario.

Tenía que ganar la batalla en la que estaba inmerso y mi adversario era un pobre desgraciado que aunque lo fingía muy bien, no tenía dos dedos de frente. Si realmente yo era tan inteligente como decía la señora, no me iba a costar nada...

Pasé mucho tiempo analizando las plantas y los árboles del jardín. Puede decirse que llegué a desarrollar una habilidad que desconocía en mi. Y mediante la observación, paciencia y con cuidado, cogí las herramientas y me puse a trabajar. Pasados los días, el caos pasó a convertirse en orden. Limpié la maleza, regué las plantas, me atreví a podarlas como bien pude e incluso me subí a los árboles para recoger los frutos...

Mi inteligencia, mi físico, mi esfuerzo y mi perseverancia me llevaron a conseguir mi objetivo. Y pasé a ser en pocos meses "el favorito" de los súbditos del reino. Aunque mi enemigo utilizó algún recurso a su alcance como no darme de comer cuando tenía hambre y provocar algún destrozo furtivo en el jardín de vez en cuando, no pudo conmigo. Yo era mejor que él. Y lo demostré hasta el punto de que empezó a perder la compostura delante de la señora cuando yo estaba. Algo que según ella no había ocurrido nunca antes...

Así pasaron cuatro años de mi vida. Cuando hacía mucho frío para volver a casa por la noche, me quedaba a dormir en la mansión. Empecé durmiendo en el dormitorio del servicio donde dormía el calvo. Al cabo de cuatro años acabé durmiendo en el dormitorio, al lado de la reina. Como si me hubiera convertido en su príncipe. Un hijo que nunca tuvo...

Cuando hacía calor volvía a la cruda realidad de la pobreza y el rechazo. Poco a poco la indiferencia de lo que sucedía entre las cuatro sucias paredes de la casa del pueblo se adueñó de mi. Pero pasó algo que si recuerdo...

Durante ese tiempo entré en la pubertad. Crecí tanto que poco debía faltar para ser tan alto como mi padre. El ejercicio físico por el trabajo en el jardín me convirtió en un hombre con músculos como él. E incluso los rasgos de mi cara eran idénticos. Acompañados con la inexpresividad de mi rostro cuando llegaba a casa, era la viva imagen de mi padre pasando por el umbral de la puerta.

Mi madre notó esos cambios más que yo. Y su ignorancia hacía mi pasó a ser... temor. Lo veía en su rostro cuando me giraba y nuestras miradas se cruzaban. Me daba la impresión que estaba reviviendo el oscuro y violento pasado que creía olvidado y que fingía no recordar cuando aparecía el judío por la casa.

No creo que se le pudiera pasar por la cabeza lo que sucedió pocos meses después...

Siguiente capítulo...

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