Capítulo anterior...
Los pensamientos más delirantes y ansiados de mi padre... se hicieron realidad...
Me acuerdo que era una tarde de verano. Pero el sol no iluminaba los bosques y la montañas. Un cielo ennegrecido le daba al paisaje un aspecto más triste al pueblo de lo que era habitual. Como si el cielo anunciara las desgracias y calamidades que estaban a punto de comenzar para toda la humanidad...
Mi padre y yo estábamos sentados en la mesa del comedor. Mi madre no estaba. Un momento de silencio absoluto. Se podían oír hasta los mosquitos que revoloteaban por la estancia y las cucarachas que correteaban. Pero de pronto los dos dimos un brinco de nuestras sillas sobresaltados...
Un estridente sonido de corneta venía de fuera acompañado de un incesante traqueteo que cada vez se oía más fuerte. Mi padre se levantó tirando la silla al suelo con fuerza para asomarse por la ventana. Yo me quedé paralizado por el miedo, viéndole. Esos movimientos tan bruscos normalmente indicaban el preludio de una paliza sin sentido ni razón de ser...
Le oí gritar como un poseso... Soldados! Soldados! Ha venido el ejército! Soldados!
Parecía como un niño entusiasmado por la llegada de un circo. Yo seguí sin mover un músculo. Nunca lo había visto así de emocionado y sabía por experiencia que la situación aunque excepcional, podía acabar de la peor manera.
Pero esa vez no fue así. Se llevó sus gritos fuera de la casa. Por la ventana pude distinguir varios carros tirados por unos caballos de tamaño gigantesco. Encima, multitud de hombres todos apiñados. Algunos con uniforme y otros vestidos como humildes campesinos...
Cuando pasaron por delante de la casa el ruido de la corneta y los carros, junto al griterío de la gente que aumentaba en intensidad conforme se adentraban en la aldea, me obligo a llevarme las manos a las orejas inconscientemente.
Así estuve largo rato. Estando solo y viendo que mi padre no volvía a entrar en casa decidí moverme. Poco a poco salí de casa y ya fuera vi que no quedaba nadie en la calle. El sonido de la corneta seguía oyéndose desde la plaza del pueblo...
Caminé hasta la plaza. Al llegar me encontré que toda la gente se había congregado allí para saber que pasaba. No me encontré a ninguno de mis padres entre la muchedumbre. Tan pequeño no podía ver lo que todos sí veían y decidí pasar entre la gente a gatas...
Después de varias patadas de hombres, mujeres y niños conseguí atravesar la marea humana y ponerme en primera fila. Cuando me puse en pie vi, desde el otro lado del círculo que se había formado, a dos hombres del pueblo que transportaban una mesa y otro hombre una silla . Las pusieron en medio y se retiraron con rapidez. Muy cerca de donde yo me encontraba estaban los carros con los soldados y los campesinos. Todos y cada uno con las caras muy serias...
Ya no había gritos. No se oía ni un murmullo. Es como si toda esa gente humilde supiera que lo que iba a escuchar era muy importante y no querían perderse ni una sola palabra de lo que se dijera.
Cuando la mesa y la silla estuvieron bien colocadas en el centro, apareció en escena un hombre de mediana edad vestido de uniforme. Era bastante más bajo que mi padre pero no tenía que envidiarle en musculatura a la de aquel.
Tenía una abundante barba rala y el pelo largo y muy negro que le llegaba por los hombros. Su cara tenía las facciones muy marcadas. Una gran nariz aguileña y unos ojos... de un intenso azul celeste de mirada profunda.
El semblante de aquel hombre, además de serio como los otros... daba autentico pavor...
Utilizó la silla para subirse a la mesa como si de un estrado se tratara. Y con una voz de barítono gritó...
- Compatriotas! Nuestro país está en guerra!
Casi todos los presentes se llevaron las manos a la boca en señal de espanto. Se empezaron a oír sollozos de mujeres...
- Por orden de nuestra majestad imperial Guillermo II glorioso sea su nombre... todo hombre que halla cumplido los quince años de edad y que no esté tullido o demasiado viejo debe alistarse inmediatamente en el ejército para cumplir con su obligación de defender a su patria de los enemigos rusos!
Los sollozos rápidamente se convirtieron en lloros incesantes que fueron acompañados de los de los niños...
- Aquel hombre que se niegue a cumplir con su deber como alemán, será arrestado de por vida! Tenéis una hora para coger las armas que tengáis o cualquier utensilio que se pueda utilizar como arma! En marcha! Moveos!
Lo siguiente que recuerdo es gente corriendo de un lado para otro, mujeres llorando desconsoladamente y cogiendo a sus maridos por el brazo para no dejarles ir. Niños cogidos a las piernas de sus padres, abrazos entre familiares y amigos, besos entre parejas muy jóvenes y... las personas subidas a los carros impasibles y con sus rostros ensombrecidos por la fatalidad...
Esas muestras de cariño me impactaron. Hasta ese momento no imaginaba que todo eso fuera posible teniendo en cuenta que nunca había visto algo parecido. A mi padre no lo vi. A mi madre tampoco.
Al volver a casa solo, encontré que mis progenitores ya habían llegado. Mi madre estaba sentada en la misma silla que había estado yo y en la misma posición inmóvil. Mi padre entraba en el dormitorio para coger las pocas prendas de ropa que tenía... entraba en la cocina para coger la poca comida que teníamos... cogía una alforja desgastada... y lo metía todo dentro. Y como no, el hacha y la escopeta colgadas detrás.
Creí ver una sonrisa de satisfacción en su rostro. Es como si hubiera cumplido su más deseado sueño. Abandonarnos para ir a la guerra.
Lo único que dijo fue...
- Ahora eres el hombre de la casa. Cuida de tu madre.
No hubo contacto físico de ningún tipo aquella vez. Ni con mi madre, ni conmigo. Simplemente dijo aquello y se fue. Fueron las últimas palabras que le oí decir a mi padre.
Una vez salió por la puerta sin echar la vista atrás, volvió el silencio. Recuerdo estar un rato largo mirando la puerta de entrada. Como si estuviera esperando algo más sin saber que. Cuando me giré, mi madre seguía sentada en el mismo lugar. Parecía una estatua de mármol por lo pálida que estaba. Pero hubo algo diferente que me sorprendió...
Unas lágrimas rebeldes corrieron por sus mejillas. Me acerqué y le puse la mano encima de la suya. Estaba fría como el hielo...
Esa vez... las lágrimas que vi... no fueron de dolor...
Siguiente capítulo...
Los pensamientos más delirantes y ansiados de mi padre... se hicieron realidad...
Me acuerdo que era una tarde de verano. Pero el sol no iluminaba los bosques y la montañas. Un cielo ennegrecido le daba al paisaje un aspecto más triste al pueblo de lo que era habitual. Como si el cielo anunciara las desgracias y calamidades que estaban a punto de comenzar para toda la humanidad...
Mi padre y yo estábamos sentados en la mesa del comedor. Mi madre no estaba. Un momento de silencio absoluto. Se podían oír hasta los mosquitos que revoloteaban por la estancia y las cucarachas que correteaban. Pero de pronto los dos dimos un brinco de nuestras sillas sobresaltados...
Un estridente sonido de corneta venía de fuera acompañado de un incesante traqueteo que cada vez se oía más fuerte. Mi padre se levantó tirando la silla al suelo con fuerza para asomarse por la ventana. Yo me quedé paralizado por el miedo, viéndole. Esos movimientos tan bruscos normalmente indicaban el preludio de una paliza sin sentido ni razón de ser...
Le oí gritar como un poseso... Soldados! Soldados! Ha venido el ejército! Soldados!
Parecía como un niño entusiasmado por la llegada de un circo. Yo seguí sin mover un músculo. Nunca lo había visto así de emocionado y sabía por experiencia que la situación aunque excepcional, podía acabar de la peor manera.
Pero esa vez no fue así. Se llevó sus gritos fuera de la casa. Por la ventana pude distinguir varios carros tirados por unos caballos de tamaño gigantesco. Encima, multitud de hombres todos apiñados. Algunos con uniforme y otros vestidos como humildes campesinos...
Cuando pasaron por delante de la casa el ruido de la corneta y los carros, junto al griterío de la gente que aumentaba en intensidad conforme se adentraban en la aldea, me obligo a llevarme las manos a las orejas inconscientemente.
Así estuve largo rato. Estando solo y viendo que mi padre no volvía a entrar en casa decidí moverme. Poco a poco salí de casa y ya fuera vi que no quedaba nadie en la calle. El sonido de la corneta seguía oyéndose desde la plaza del pueblo...
Caminé hasta la plaza. Al llegar me encontré que toda la gente se había congregado allí para saber que pasaba. No me encontré a ninguno de mis padres entre la muchedumbre. Tan pequeño no podía ver lo que todos sí veían y decidí pasar entre la gente a gatas...
Después de varias patadas de hombres, mujeres y niños conseguí atravesar la marea humana y ponerme en primera fila. Cuando me puse en pie vi, desde el otro lado del círculo que se había formado, a dos hombres del pueblo que transportaban una mesa y otro hombre una silla . Las pusieron en medio y se retiraron con rapidez. Muy cerca de donde yo me encontraba estaban los carros con los soldados y los campesinos. Todos y cada uno con las caras muy serias...
Ya no había gritos. No se oía ni un murmullo. Es como si toda esa gente humilde supiera que lo que iba a escuchar era muy importante y no querían perderse ni una sola palabra de lo que se dijera.
Cuando la mesa y la silla estuvieron bien colocadas en el centro, apareció en escena un hombre de mediana edad vestido de uniforme. Era bastante más bajo que mi padre pero no tenía que envidiarle en musculatura a la de aquel.
Tenía una abundante barba rala y el pelo largo y muy negro que le llegaba por los hombros. Su cara tenía las facciones muy marcadas. Una gran nariz aguileña y unos ojos... de un intenso azul celeste de mirada profunda.
El semblante de aquel hombre, además de serio como los otros... daba autentico pavor...
Utilizó la silla para subirse a la mesa como si de un estrado se tratara. Y con una voz de barítono gritó...
- Compatriotas! Nuestro país está en guerra!
Casi todos los presentes se llevaron las manos a la boca en señal de espanto. Se empezaron a oír sollozos de mujeres...
- Por orden de nuestra majestad imperial Guillermo II glorioso sea su nombre... todo hombre que halla cumplido los quince años de edad y que no esté tullido o demasiado viejo debe alistarse inmediatamente en el ejército para cumplir con su obligación de defender a su patria de los enemigos rusos!
Los sollozos rápidamente se convirtieron en lloros incesantes que fueron acompañados de los de los niños...
- Aquel hombre que se niegue a cumplir con su deber como alemán, será arrestado de por vida! Tenéis una hora para coger las armas que tengáis o cualquier utensilio que se pueda utilizar como arma! En marcha! Moveos!
Lo siguiente que recuerdo es gente corriendo de un lado para otro, mujeres llorando desconsoladamente y cogiendo a sus maridos por el brazo para no dejarles ir. Niños cogidos a las piernas de sus padres, abrazos entre familiares y amigos, besos entre parejas muy jóvenes y... las personas subidas a los carros impasibles y con sus rostros ensombrecidos por la fatalidad...
Esas muestras de cariño me impactaron. Hasta ese momento no imaginaba que todo eso fuera posible teniendo en cuenta que nunca había visto algo parecido. A mi padre no lo vi. A mi madre tampoco.
Al volver a casa solo, encontré que mis progenitores ya habían llegado. Mi madre estaba sentada en la misma silla que había estado yo y en la misma posición inmóvil. Mi padre entraba en el dormitorio para coger las pocas prendas de ropa que tenía... entraba en la cocina para coger la poca comida que teníamos... cogía una alforja desgastada... y lo metía todo dentro. Y como no, el hacha y la escopeta colgadas detrás.
Creí ver una sonrisa de satisfacción en su rostro. Es como si hubiera cumplido su más deseado sueño. Abandonarnos para ir a la guerra.
Lo único que dijo fue...
- Ahora eres el hombre de la casa. Cuida de tu madre.
No hubo contacto físico de ningún tipo aquella vez. Ni con mi madre, ni conmigo. Simplemente dijo aquello y se fue. Fueron las últimas palabras que le oí decir a mi padre.
Una vez salió por la puerta sin echar la vista atrás, volvió el silencio. Recuerdo estar un rato largo mirando la puerta de entrada. Como si estuviera esperando algo más sin saber que. Cuando me giré, mi madre seguía sentada en el mismo lugar. Parecía una estatua de mármol por lo pálida que estaba. Pero hubo algo diferente que me sorprendió...
Unas lágrimas rebeldes corrieron por sus mejillas. Me acerqué y le puse la mano encima de la suya. Estaba fría como el hielo...
Esa vez... las lágrimas que vi... no fueron de dolor...
Siguiente capítulo...

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