Capítulo anterior...
Nunca había visto alguien parecido. Delante de mí tenía a un hombre bastante alto y delgado que me saludaba con la mano desde el otro lado del umbral de la puerta. Sus ojos marrones parecían despreocupados, como si la visión que tenía delante no le perturbara en absoluto. Pocas veces veía hombres con los ojos marrones en el pueblo...
Pero lo que me impactó más en ese momento no fue eso. Fue su aspecto. Vestía con una especie de túnica de riguroso negro que le cubría hasta los pies y un sombrero de ala circular le cubría la cabeza. Llevaba un zurrón de color también oscuro colgado en un hombro. Tenía el cabello largo y moreno con una trenza a cada lado de la cabeza. Una enmarañada barba que parecía muy descuidada le cubría casi todo el rostro. Como si quisiera ocultar sus intenciones detrás de tanto pelo. Fijándome un poco más pude ver que, oculto tras su barba, aquel hombre...
Sonreía?
Como era posible?
Nadie sonreía tal y como estaban las cosas. La última vez que vi sonrisas fue la de unos niños jugando y divirtiéndose mientras yo acompañaba a mi padre a cazar... días antes de la fatídica noticia que lo cambió todo.
Lo siguiente fue un saludo escueto y una pregunta directa. Me dijo...
- Hola hijo. Vives solo?
Creo recordar que en aquel momento la piel se me puso de gallina. Pero no fue por una voz resonante que parecía venir del inframundo. Era porque me había llamado hijo. Lo había oído a los vecinos decírselo a sus hijos. Conocía su significado. Pero nadie me lo había llamado a mí...
Acostumbrado a no decir palabra, solo supe mover la cabeza de un lado a otro. Viendo mi reacción posó su mano en mi frente unos segundos. No hizo ninguna pregunta más. Entró en la casa y como si la conociera, posó su mirada en la puerta de la habitación que estaba abierta.
Cuando vio a mi madre su rostro se puso serio. Se acercó a un lado de la cama e hizo el mismo gesto que acababa de hacer conmigo. Salió rápidamente de la habitación, encendió un fuego con agua y empezó a sacar toda clase de bolsitas de su zurrón poniéndolas encima de la mesa una al lado de la otra. Una vez todas colocadas cogió un poco de una, de otra, quizá de otra más y removió el mejunje. Al poco, lo retiró del fuego y puso el contenido en un recipiente más pequeño. Con lo que quedaba, me pidió un paño y lo metió en la olla. Se lo puso a mi madre en la frente, colocó una silla al lado de la cama, se sentó y le cogió de la mano.
Los acontecimientos se sucedieron en muy poco tiempo. O quizá estaba muy débil y no era consciente del paso de los minutos. Desde la aparición de ese extraño personaje no supe reaccionar. Lo único que hice en ese momento fue acercarme a la entrada de la habitación y mirar que es lo que iba a suceder. Esperando... que se yo...
El hombre estuvo en esa posición durante todo el día y la noche posterior. Mientras, con los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia abajo, recuerdo que canturreaba algo en un idioma que yo no entendía. De vez en cuando no se oía nada y luego volvía a empezar.
Al día siguiente y después de haber estado varios días postrada en la cama inconsciente, mi madre abrió los ojos. Me acerqué a los pies de la cama pero parecía como si solo estuvieran ellos dos solos. Se miraban directamente a los ojos y no se decían nada. Creí ver algo que no había visto nunca. Mi madre estaba intentando un amago de sonrisa. Miré a aquel hombre y pude entrever la misma sonrisa que tenía cuando abrí la puerta de casa el día anterior.
Dejó de cogerle la mano y levantó los brazos hacía el cielo diciendo algo en aquel idioma que yo desconocía. Luego en alemán dijo... Gracias! y volvió a inclinar su cabeza hacia el suelo.
Salió de la habitación y volvió con el recipiente que contenía aquello que había preparado la noche anterior. Se lo dio de beber a mi madre y justo después confirmé lo que no me podía creer...
Mi madre estaba sonriendo...
Siguiente capítulo...
Nunca había visto alguien parecido. Delante de mí tenía a un hombre bastante alto y delgado que me saludaba con la mano desde el otro lado del umbral de la puerta. Sus ojos marrones parecían despreocupados, como si la visión que tenía delante no le perturbara en absoluto. Pocas veces veía hombres con los ojos marrones en el pueblo...
Pero lo que me impactó más en ese momento no fue eso. Fue su aspecto. Vestía con una especie de túnica de riguroso negro que le cubría hasta los pies y un sombrero de ala circular le cubría la cabeza. Llevaba un zurrón de color también oscuro colgado en un hombro. Tenía el cabello largo y moreno con una trenza a cada lado de la cabeza. Una enmarañada barba que parecía muy descuidada le cubría casi todo el rostro. Como si quisiera ocultar sus intenciones detrás de tanto pelo. Fijándome un poco más pude ver que, oculto tras su barba, aquel hombre...
Sonreía?
Como era posible?
Nadie sonreía tal y como estaban las cosas. La última vez que vi sonrisas fue la de unos niños jugando y divirtiéndose mientras yo acompañaba a mi padre a cazar... días antes de la fatídica noticia que lo cambió todo.
Lo siguiente fue un saludo escueto y una pregunta directa. Me dijo...
- Hola hijo. Vives solo?
Creo recordar que en aquel momento la piel se me puso de gallina. Pero no fue por una voz resonante que parecía venir del inframundo. Era porque me había llamado hijo. Lo había oído a los vecinos decírselo a sus hijos. Conocía su significado. Pero nadie me lo había llamado a mí...
Acostumbrado a no decir palabra, solo supe mover la cabeza de un lado a otro. Viendo mi reacción posó su mano en mi frente unos segundos. No hizo ninguna pregunta más. Entró en la casa y como si la conociera, posó su mirada en la puerta de la habitación que estaba abierta.
Cuando vio a mi madre su rostro se puso serio. Se acercó a un lado de la cama e hizo el mismo gesto que acababa de hacer conmigo. Salió rápidamente de la habitación, encendió un fuego con agua y empezó a sacar toda clase de bolsitas de su zurrón poniéndolas encima de la mesa una al lado de la otra. Una vez todas colocadas cogió un poco de una, de otra, quizá de otra más y removió el mejunje. Al poco, lo retiró del fuego y puso el contenido en un recipiente más pequeño. Con lo que quedaba, me pidió un paño y lo metió en la olla. Se lo puso a mi madre en la frente, colocó una silla al lado de la cama, se sentó y le cogió de la mano.
Los acontecimientos se sucedieron en muy poco tiempo. O quizá estaba muy débil y no era consciente del paso de los minutos. Desde la aparición de ese extraño personaje no supe reaccionar. Lo único que hice en ese momento fue acercarme a la entrada de la habitación y mirar que es lo que iba a suceder. Esperando... que se yo...
El hombre estuvo en esa posición durante todo el día y la noche posterior. Mientras, con los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia abajo, recuerdo que canturreaba algo en un idioma que yo no entendía. De vez en cuando no se oía nada y luego volvía a empezar.
Al día siguiente y después de haber estado varios días postrada en la cama inconsciente, mi madre abrió los ojos. Me acerqué a los pies de la cama pero parecía como si solo estuvieran ellos dos solos. Se miraban directamente a los ojos y no se decían nada. Creí ver algo que no había visto nunca. Mi madre estaba intentando un amago de sonrisa. Miré a aquel hombre y pude entrever la misma sonrisa que tenía cuando abrí la puerta de casa el día anterior.
Dejó de cogerle la mano y levantó los brazos hacía el cielo diciendo algo en aquel idioma que yo desconocía. Luego en alemán dijo... Gracias! y volvió a inclinar su cabeza hacia el suelo.
Salió de la habitación y volvió con el recipiente que contenía aquello que había preparado la noche anterior. Se lo dio de beber a mi madre y justo después confirmé lo que no me podía creer...
Mi madre estaba sonriendo...
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